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domingo, 2 de enero de 2011

después de mucho tiempo podemos leer un análisis cuerdo de la realidad que ofrece Soliz Rada quién fuera ejecutor de la "nacionalización" prima de Evo

La fractura ideológica del colectivo Comuna entre dos de sus integrantes, el vicepresidente Álvaro García Linera y el ex viceministro de Planificación Estratégica Raúl Prada Alcoreza, ayuda a entender los problemas del Gobierno. García Linera, después de participar en una guerrilla indígena, defendió el “capitalismo andino”, para sostener ahora el “socialismo comunitario”, a través del estatismo en la economía. El epistemólogo Prada Alcoreza plantea el retorno al Tawantinsuyo, luego de absorber aportes indianistas. Esta confrontación se ve reflejada en el libro Qué hacer con los indios, del periodista e investigador social Pablo Stefanoni.

Stefanoni destaca las reflexiones de la historiadora Rossana Barragán, quien recuerda que desde el inicio del siglo XXI, Bolivia es un país más urbano que rural. Para el sacerdote Xavier Albó, lo anterior ha producido continuidades rurales en las ciudades, de manera que los aymaras urbanos, por ejemplo, mantienen su raíz aymara. En consecuencia, la simbiosis aymara–mestiza sería ficticia. Sobre el particular, Barragán se pregunta si mantendrán incólumes sus identidades étnicas los aymaras burgueses, dueños de camiones y ómnibus, los “prestes” (padrinos) de las fastuosas fiestas del Señor del Gran Poder (los que contratan policías privados para garantizar su seguridad) y sus hijos, muchos de lo cuales gustan del rap, de las cumbias villeras, de usar pantalones anchos y que ya no hablan aymara.

La historiadora se respalda en “trabajos de campo” frente a utopías ancestrales, cuyos ideólogos, financiados por ONG y basados en declaraciones de la OIT y la ONU, manipularon las preguntas del Censo de 2001, en el que nadie podía declararse mestizo. Lo anterior facilitó el reconocimiento de 36 inexistentes naciones indígenas en la Constitución Política de febrero de 2009. Lo anterior estancó la construcción de la subjetividad de lo boliviano. Barragán advierte que en la ciudad de El Alto están presentes también identidades ocupacionales, como obreros o comerciantes por cuenta propia (el 30 por ciento de la población), que no encajan sólo en parámetros étnicos. Tal heterogeneidad ocurre en todas las ciudades del país. Ha emergido, por tanto, un neomestizaje, que, a diferencia del que surgiera en 1952, dio paso a un nacionalismo indo-mestizo, que debilita al máximo el colonialismo interno.

Stefanoni rescata, asimismo, las investigaciones de Gilles Riviere y Alison Spedding, quienes demuestran que ahora hay en el agro más pentecostales que indianistas. Aquellos que los descalifican por ser, supuestamente, agentes del imperialismo olvidan que numerosos evangélicos integran las bases del PT brasileño o que Hugo Chávez simpatiza con los cristianos. Dentro del MAS, el etnicismo se ha reducido a discursos en eventos internacionales y ecológicos. En cambio, se ha fortalecido la alianza Evo-FFAA, en su vertiente patriótica, que nacionalizó el petróleo, garantiza la cohesión nacional (frente a intentos separatistas), tiene presencia en todas las fronteras y preserva la unidad de Bolivia.

Sin embargo, el actual capitalismo de Estado —y esto es sólo mi opinión— carece de coherencia al silenciar los abusos de Petrobras y varias petroleras europeas, no ampliar el comercio internacional por el puerto peruano de Ilo, no usar el 50% de los manantiales del Silala de los que Chile se beneficia gratuitamente desde 1906, no cambiar la matriz energética, seguir regalando licuables del gas a Argentina y Brasil, organizar excesivas e inútiles empresas estatales y desarrollar una pésima gestión, que lo obligó a dictar un “gasolinazo” al mejor estilo del neoliberal Sánchez de Lozada.

Ex ministro de Hidrocarburos

Andrés Soliz Rada

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