Lo que hoy conocemos como democracia está herida de muerte. Está tan dañada que le ha llegado el invierno, el fin de su ciclo vital, y se precipita sin remisión en el declive y la decadencia. Fracasada y abandonada por los ciudadanos, que han comprobado que los partidos políticos y los políticos profesionales la han prostituido y transformado en una sucia oligocracia, es inevitable que pronto sobrevenga el colapso del sistema, del mismo modo que un día, por sorpresa para muchos, cayó el Muro de Berlín y sucumbió el Imperio Soviético.
Aunque, tras la caída del Muro de Berlín y el fracaso del llamado "Socialismo Real", parecía que la democracia se regeneraba y vivía un auténtico "boom", la verdad es que aquel aparente rejuvenecimiento del sistema fue sólo un espejismo que ocultaba una enfermedad mortal. Tambien Gorvachev, con la perestroika, parecía inyectar vida nueva al comunismo soviético, cuando la realidad era que le practicaba la respiración artificial a un cadáver.
Es cierto que la etiqueta de "democracia" es imprescindible para cualquier sociedad que quiera competir y prosperar en el mundo desarrollado y que a al menos 32 países han pasado a engrosar las filas de la llamada "democracia" en las últimas tres décadas. Sin embargo, a pesar del "boom" aparente, la constante separación de los ciudadanos y sus gobiernos y el portentoso crecimiento de las voces críticas que denuncian el mal funcionamiento de esa democracia y que demandan una regeneración, reflejan la enfermedad terminal del sistema.
Es un hecho incuestionable que la rebeldía ciudadana frente al poder del Estado, cargada de crítica, desprecio a los políticos y demanda de limpieza y regeneración, se ha convertido en el fenómeno político más destacado de comienzos del siglo XXI. No es menos cierto que la venda que cubría los ojos de los ciudadanos se está desprendiendo y ya deja ver la traición, miseria e ineptitud de la "casta" política, que ha utilizado la democracia en beneficio propio y que ha inundado el sistema de podredumbre y mentiras.
Aunque no todos los observadores y expertos sean capaces de percibirlos, hay síntomas que revelan la enfermedad mortal de la democracia. Los más destacados son el fracaso del proceso de integración en la Unión Europea, que ha dejado de ser un proyecto de ciudadanos para convertirse en un proyecto de partidos y de políticos profesionales, la prostitución de la democracia, que ha sido transformada secretamente en una oligocracia de partidos, el fin de las utopías, la marginación del ciudadano de la vida política, acaparada por los partidos y los políticos profesionales, la fácil convivencia de los partidos con la corrupción y el abuso de poder, el fracaso de los gobiernos democráticos en la solución de los grandes problemas y desafíos de la Humanidad, como la desigualdad, la indefensión de los débiles, el hambre, la pobreza, la garantía de los derechos humanos y otros, la politización y la ineficacia de la Justicia, el nulo interés de los gobiernos por educar a los ciudadanos y el declive del Estado de Derecho y del Estado de Bienestar.
Es más que probable que los partidos políticos se cubran de oprobio histórico cuando quede claro que han sido los verdaderos asesinos del sistema democrático y los principales responsables del fracaso de ese sistema, definido por Winston Churchill como el peor, exceptuando a todos los demás.
Los partidos han acaparado demasiado poder y han marginado sin escrúpulos al ciudadano, que en democracia es el "soberano" del sistema y el único capaz de quitar u otorgar legitimidad. Los partidos han abusado del poder y han viciado el concepto de "representatividad" para apropiarse del Estado, dejando al ciudadano únicamente su derecho a opinar y a votar, un derecho castrado muchas veces por el control de los medios de comunicación y listas cerradas y bloqueadas, elaboradas por los todopoderosos partidos políticos. Muchos gobernantes han dejado de servir al pueblo y han preferido anteponer sus intereses y los de sus partidos, sirviéndose del Estado para acumular poder, privilegios y riqueza. Demasiados gobiernos asumen con descaro, como primera prioridad, mantenerse en el poder, lo que les distancia de unos ciudadanos que expresan su rechazo despreciando la ceremonia electoral e incrementando la abstención y el voto en blanco. Las "castas" políticas, atrincheradas en el poder, disimulan la afrenta del desprecio ciudadano y siguen considerando legitimas unas victorias electorales que son claramente insuficientes, pírricas y vergonzantes. Para colmo de males, muchos gobiernos toman decisiones al margen de la opinión pública y, más allá de las declaraciones constitucionales, procuran estar fuera del control de las cámaras legislativas y del poder judicial, lo que invalida el Estado de Derecho.
Algunos, desde el optimismo, creen que la actual rebeldía incipiente de los ciudadanos tomará cuerpo y terminará expulsando del poder a las castas corruptas de políticos profesionales y regenerando el sistema, pero nosotros creemos que la democracia, como se la conoce hoy, vertebrada por partidos políticos y por políticos profesioanles, está herida de muerte y no tiene futuro alguno, tras haber quedado archidemostrado que mientras ellos controlen el poder, la democracia será siempre prostituida y transformada en dictadura de partidos y de políticos mediocres.
El futuro tiene ribetes negros porque aquellos políticos profesionales que se han corrompido y atrincherado en el poder no dudarán en utilizar todo el poder del Estado contra sus propios ciudadanos, pero al final triunfará la rebeldía y los canallas serán arrojados al mar, tras lo cual habrá que construir una democracia de ciudadanos, sin partidos, sin lobos y con los canallas y corruptos encerrados en jaulas cívicas de barrotes de acero.
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