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sábado, 4 de diciembre de 2010

diplomático y cientista político Carlos A. Carrasco describe las filtraciones como "secretos del Imperio" y la osadía del soldado de 23. Grave!

*Carlos Antonio Carrasco

Para evitar un empacho informativo, la prensa ha decidido dividir esa masiva fuente de indiscreciones en entregas cotidianas que muchas veces divierten, otras sorprenden y, finalmente, ninguna asombra, toda vez que la función diplomática, desde hace cientos de años, es precisamente ésa: acopio de información sobre el país anfitrión en cuestiones que sirvan a los propósitos externos de su gobierno. Por añadidura, la Convención de Viena regula esas tareas y condena si la información obtenida fuese lograda por medios lícitos.

Idos están los días en que la Operación Cicero, brindaba a los aliados datos vitales fotocopiados en el consulado alemán de Estambul, con peligro mortal para el intrépido agente.

Durante los años de la guerra fría una sola carta clasificada sustraída al enemigo era pieza que se pagaba en oro. El escándalo de los papeles del Pentágono terminó con el infractor en la cárcel.

Desde que el arrepentido agente Phillip Agee desató, en 1978, una tempestad con su libro Inside the Company (Dentro de la CIA), cuyo índice onomástico consignaba la lista de los más lúcidos operadores encubiertos, el reciente desenmascaramiento colectivo es un golpe devastador para el servicio externo americano.

Los códigos de claves en las embajadas, tan celosamente custodiados, eran prácticamente inalcanzables. Por ello la filtración que comentamos dividirá la historia de los sistemas de seguridad de las comunicaciones en un antes y después del inusitado evento. Hemos ingresado a la era de la ciberguerra.

Lo que sí sorprende y alarma es la manera en que esos datos fueron obtenidos por el soldado Bradley Manning, quien a sus 23 años se ha convertido en el campeón olímpico de los hackers. Podría ser condenado a 52 años de cárcel por la corte marcial que le espera. Su habilidad en el manejo de las artes informáticas es pareja a la sangre fría que ostenta en sus furtivas operaciones. En los chats con sus amigos, se vanagloria de haber bajado la información ingresando un CD-RW bajo la etiqueta de Lady Gaga… luego borraba la música y bajaba los archivos. Declaró con cínico desparpajo que gozó de acceso a las redes clasificadas 14 horas por día, siete días a la semana, por más de ocho meses, hasta febrero del 2010. El suyo no era un privilegio ni mucho menos, cerca de tres mil funcionarios gozaban igual facilidad.

Luego, se jacta ante sus amigos, asegurando que “a Hillary Clinton le dará un infarto… porque donde sea que hay un puesto, hay un escándalo diplomático que será revelado”. Termina filosofando: “la información debe ser libre, pertenece al dominio público…”.

Escogió el momento y la tribuna más aptos para optimizar el impacto político y éste resultó ser WikyLeaks, la diminuta (seis personas) entidad dirigida por el australiano Julian Assange y éste, a su vez, negoció a través del New York Times con el Departamento de Estado, la entrega de copias a diarios responsables que editarían el material, evitando poner en riesgo vidas humanas o situaciones consideradas peligrosas para la estabilidad de los países involucrados.

Por lo tanto, pasto para los periodistas y pesadilla para los diplomáticos, prolifera lo anecdótico como la supuesta mala salud mental de la viuda de Kirchner, la falta de imaginación de la Canciller alemana, la nariz de Evo Morales, la incontinencia sexual del presidente italiano, la anorexia del príncipe Andrew y otros retratos demoledores.

Aparecen, además, instrucciones para la búsqueda de información acerca de los datos biométricos y bancarios del Secretario General de Naciones Unidas y de dignatarios de varios países, lo que más parece un pedido destinado al departamento de actividades clandestinas de la CIA, para organizar el control de los movimientos de esos personajes y en su caso, recabar elementos susceptibles a ser usados en futuras operaciones de chantaje.

En ese temperamento se inscribe también el pedido obsesionado de detectar casos de corrupción, munición favorita de las agencias de inteligencia para tramar el asesinato de imagen de alguna personalidad política como medio de neutralizar al posible adversario.

Carlos Antonio Carrasco
es cientista político y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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