Uno de los riesgos implícitos en el ejercicio del poder político es el desgaste en imagen y aprobación ciudadana. Este proceso de deterioro se ajusta a intensidad y ritmo temporal muy diferenciados en quienes al pueblo, con su voto mayoritario y democrático, instala en el puente de mando de un país para que lo halague con rumbos hacia mejores días, tanto en lo económico como en lo social.
Hay excepciones, sin embargo. Algunos gobernantes logran escurrirle el bulto al desgaste, cerrando su ciclo de poder con popularidad igual o superior a la de antes. Al respecto, en América Latina tenemos el caso de la ex presidente chilena Michelle Bachelet. Terminó su mandato con un alto índice de aceptación ciudadana, mientras su concertación político-partidaria acabó ostensiblemente ‘carbonizada’. Ayudaron a Bachelet logros solamente parciales en los definitorios frentes de la economía y lo social, en los cuales siguieron rigiendo males que, como los ingresos insuficientes, la pobreza y los bajos ingresos, configuraban un Chile negro que se hizo patente en saqueos masivos de supermercados y tiendas tras los terremotos y maremotos que sufrió el país vecino. Si de todos modos Bachelet dejó el poder con más popularidad que antes, fue por el talante rigurosamente democrático, pacifista y conciliador con el cual enfrentó cuantos entuertos político-sociales le salieron al paso. En cambio, la concertación oficialista, tanto desde el Parlamento como desde la calle, fue bastante ruda con los opositores. Lo peor es que ennegreció más aún su imagen con disputas internas por espacios de poder que astillaron su unidad.
En Brasil, el paso del tiempo sin acompañamiento de logros económico-sociales que satisfagan plenamente las expectativas del pueblo determinó una baja ostensible de la popularidad de Lula. Igual descenso padecen la dama que rige Argentina (Cristina Fernández) y el cura aquél a quien el voto popular llevó a la Presidencia de Paraguay (Fernando Lugo). En Venezuela, Hugo Chávez, por causas que todos conocemos, se halla virtualmente en picada. Y así por el estilo…
En Bolivia, respecto a los hombres que hoy nos gobiernan, empiezan a manifestarse signos indicativos de que podría estar dándose el referido deterioro. El Gobierno dice que no y abundan quienes respaldan su negativa. Las últimas elecciones no fueron nacionales. El pueblo no votó a favor o en contra de Evo Morales y del MAS, sino por candidatos a cargos regionales y municipales. Es lo que se alega, precisando que no es dable confundir lo regional con lo nacional. Sin embargo, nada impide el traspaso de lo político-partidario de un espacio a otro, definiendo el rumbo del voto ciudadano. En un gran porcentaje, en las últimas elecciones, el voto ciudadano fue ‘vertical’. Es decir, por una opción política. En sólo una manifiesta minoría rigió el voto ‘cruzado’.
Por tanto, no se equivocan quienes consideran que los resultados de las últimas elecciones acreditan a un MAS que baja en las preferencias ciudadanas respecto a los índices alcanzados en anteriores consultas populares. ¿Causa principal? El ambiente de confrontación que crea en el país, en ejecución de un esquema de hegemonía política total que descuida la gestión gubernamental, generando descontento en mucha gente…
* Abogado y periodista
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