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domingo, 6 de mayo de 2012

Edwin Tapia cada día más superado y profundo analiza la procedencia de "las nacionalizaciones" manejadas por "empresarios políticos" que fracasan en su desempeño

El autor E.Tapia a la derecha extrema de la foto
Ahora, después de dramáticas experiencias internacionales, creo que estamos más preparados para discutir algunos temas importantes de la organización de la sociedad. Lo que sucedió durante más de setenta años en la Europa del Este nos permite ver la realidad con menos deformaciones subjetivas. La política, en todos los niveles y ámbitos de su realización, no es científica, depende del pensamiento y de los intereses de quienes actúan en ese campo. Lo que hace apenas unos años, dijeron algunos teóricos e hicieron ciertos activistas, ya no existe o por lo menos ya no es correcto ni evidente.

Nacionalización, de acuerdo con la gramática castellana, quiere decir poner bajo el derecho propietario de la Nación algún bien u objeto. Este concepto, aparentemente, tan simple y concreto requiere esclarecimientos fundamentales. Nación, en ámbito de la politología, quiere decir un grupo humano unido por la historia, por la cultura y sobre todo por un destino común, organizado bajo la forma de un Estado. La mayor parte de los países de Asia, Europa y Norte América son naciones Estado. Es imposible establecer un orden determinado allá donde no hay un grupo humano dispuesto a organizarse en el marco de principios, normas, instituciones y objetivos de validez universal.

Pero, la Nación, a pesar de sus mecanismos de cohesión, no es una masa uniforme, está formada por clases sociales, por diferentes sectores de actividad y en última instancia por individualidades que en determinadas circunstancias pueden influir en el comportamiento de la gente. Las diferencias que se presentan dentro de la Nación se resuelven mediante la lógica simple de mayorías y minorías. Hasta ahora, y seguramente por mucho tiempo, la democracia no podrá inventar otro sistema de solución de diferencias y controversias sociales. Es aquí donde surge la primera ficción del orden político imperante, el Estado es la Nación políticamente organizada, pero dentro de ese orden los que mandan e imponen sus ideas e intereses son los más fuertes, la mayoría es respetada no por su sabiduría ni por su belleza, sino por su fuerza. La gran verdad es que el orden estatal impuesto desde el siglo XVIII, con ficciones y coberturas ideológicas de toda clase, ahora insostenibles, sirve para reproducir y prolongar las diferencias que separan a las personas. Diferencias fundadas en posibilidades artificiales de grupos y personas.

Entonces cuando se habla de nacionalización, de lo que se habla es de las ideas y de los intereses de los que mandan. El Gobierno que es una parte, quizá la menos importante del Estado, (yo creo que, en relación con dicha categoría histórica, lo determinante es la sociedad, después el territorio y al final el Gobierno) es un conjunto de personas, puede ser un partido político, un grupo eventual o una clase que toma y ejerce el poder en la proyección de sus concepciones particulares y de sus objetivos, claramente determinados. Aquí o en cualquier lugar del mundo, solo con diferencia de matices, las clases dominantes se fortalecen o se forman en el poder. En Bolivia, en la primera etapa de la República, la burguesía minero-feudal se formó y fortaleció utilizando y en algunos momentos poseyendo el poder estatal durante muchos años. El MNR, abiertamente, formó su propia burguesía convirtiendo el Banco Central en su caja fuerte. Los gobiernos militares enriquecieron a mucha gente y ahora el MAS, no es necesaria una investigación especial ni profunda para comprobar que en un proceso capitalista primitivo, mercantil improductivo y consumista está formando su propia burguesía. En los países pobres y atrasados la circularidad de la historia es mucho más cínica y amarga.

El Gobierno dentro del orden estatal a que nos referimos, obviamente, no es de una sola cara o tan exclusivo y excluyente como parece, tiene algo de los demás, sus actos también benefician a otros sectores y niveles, su legitimidad surge de esa ampliación de los beneficios que genera. Sin embargo, en situaciones extremas, obviamente, opta por lo que piensa y desea. Nadie, en ningún lugar del mundo, gobierna en contra de sus intereses. El lenguaje que utilizo, deliberadamente, excluye o evita lo que los “cientistas” han inventado para disfrazar la realidad o para presumir de un nivel intelectual, casi mítico. La organización política actual, en lo esencial, legitima y a partir de tal afirmación reproduce y prolonga las diferencias entre fuertes y débiles, entre ricos y pobres, entre los que mandan y los que obedecen. Casi siempre y paradójicamente, los más fuertes surgen y se sustentan en las necesidades y anhelos de las mayorías.

Entonces, cuando se producen las nacionalizaciones, en las condiciones políticas que describimos, suceden ciertas deformaciones inevitables. Ya hemos dicho que los gobiernos, en última instancia, son partidos políticos o grupos sociales que definen el desenvolvimiento del aparato público en la proyección de los intereses que encarnan o representan, es imposible que lo hagan en favor de todos, es decir, del pueblo.

La primera deformación se da en el momento de organizar el equipo humano que administrará la empresa nacionalizada, la selección, por la naturaleza misma del fenómeno político dominante, se opera tomando en cuenta la militancia que tiene tres dimensiones: influencia en los niveles de decisión, lealtad a los jefes y en último lugar capacidad. Muy pocas empresas controladas por gobiernos partidistas toman decisiones considerando costos, niveles de rentabilidad, desafíos y exigencias del mercado. Entre la rentabilidad económica y el apoyo popular, los políticos, sin pensar dos veces, optan por lo segundo. No comprenden que en la proyección de semejante comportamiento, las consecuencias económicas, casi siempre, acaban liquidando todo apoyo popular y finalmente ocasionando la caída. Los empresarios políticos parece que no tienen salvación posible. En caso de imponer la disciplina que exige el progreso, difícilmente son aplaudidos por las masas. Y cuando rompen la disciplina y actúan en la lógica de todo tipo de concesiones y conciliaciones, más temprano que tarde se produce la crisis arrastrando sin remedio, en su caída, a lo político.

No es posible sustituir o suprimir el mercado con decisiones políticas. Como decimos en forma reiterativa, el mercado no es un monstruo, tampoco una mano invisible descontrolada o independiente, el mercado somos nosotros, es decir, las personas que todos los días salimos de nuestras casas a vender o comprar algo. Yo salgo a vender mis conocimientos y mi inteligencia, mi amigo Luis produce hermosa ropa, los agricultores de Capinota cultivan alimentos. Cada uno de nosotros actúa en función de lo que desea, de lo que siente, de lo que sueña y obviamente de lo que efectivamente puede. Esa múltiple, variada, fecunda y hermosa multiplicidad humana es el motor de la evolución. Cuando alguien lo reprime, lo reduce o lo aniquila, destruye la naturaleza evolutiva del ser humano y en esa proyección, el momento en que los represores creen haber logrado su objetivo se caen, desaparecen sin que nadie llore por ellos.

En lenguaje coloquial, cuando las empresas “estatizadas” logran, eventualmente alguna utilidad, como no puede ser de otro modo, los primeros beneficiados son sus poseedores y cuando pierde, se descarga sobre las espaldas del pueblo, con mayor incidencia sobre los pobres, sobre los débiles.

Lo que acabo de escribir parece, por oposición lógica, una apología de la empresa privada. No es así, tengo reparos fundamentales y al mismo tiempo exigencias para los empresarios, mi artículo del próximo domingo se refiere a este tema. Me adelanto afirmando que el éxito y la felicidad individual, de todos modos, deriva del éxito y la felicidad de los demás, es decir, de todos.

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