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miércoles, 5 de agosto de 2009

Miranda Pacheco prestigiado patriota que nunca pudo ser desmentido devela en su trabajo Mar y Energía hechos lacerantes para nuestra reivindicación.

Al finalizar el siglo XX, todo parecía señalar que el siglo XXI sería óptimo para Bolivia. Los esquemas de vinculación vial planeados para que el país deje de ser un territorio tapón y más bien un centro por el que corran las conexiones bioceánicas conectando Pacífico y Atlántico, oxigenando este territorio y sus habitantes, estaban prácticamente concluidos.


El potencial energético nacional señalaba que las condiciones estaban dadas para que la energía contribuya a lograr acceso a ambos océanos. Al Pacífico con el uso inteligente y prudente del gas natural y al Atlántico desarrollando el potencial hidroeléctrico del noreste del país.


Estamos ingresando al primer decenio del siglo y ambas posibilidades se han esfumado por la Guerra del Gas de 2003 y el rechazo permanente a la construcción de los presas en el río Madera.


En abril de 2003, una misión oficial del Gobierno brasileño, encabezada por Dilma Rousef, ahora señalada como la sucesora de Lula, presentó a consideración del Gobierno boliviano el plan de aprovechamiento hidroeléctrico del río Madera en su territorio y de los ríos tributarios en el territorio boliviano. El plan consistía en la construcción coordinada de cuatro grandes presas que podrían generar unos 10.000 MW. Dos presas en territorio brasileño, una binacional cerca de Guayaramerín y una cuarta en Cachuela Esperanza.


El proyecto no era nuevo porque había sido acordado en el marco del Mercosur dentro del Programa de Integración de Infraestructura Sud Amazónico (IISA). Lo novedoso era que en esos años, al igual que ahora, Brasil no podía cumplir con la adquisición de los 30 millones de metros cúbicos por día (MMm3/día) de gas acordados contractualmente que debía iniciarse en enero de 2004. Conscientes de las dificultades financieras que ese retraso ocasionaba, Brasil ofrecía pagos extraordinarios, no adelantos por gas, sino a cuenta de futuros rendimientos del complejo hidroeléctrico propuesto, ya que el mercado brasileño consumiría la electricidad generada. Una propuesta muy imaginativa, de largo alcance y por supuesto con posibles peligros. Pero eran los tiempos en los que Lula proclamaba que con Bolivia se tenía una relación “muy íntima y especial”. Fiel a esa relación el programa incluía la construcción de esclusas en las presas brasileñas para que se pueda navegar desde Bolivia, con embarcaciones de medio calado hasta Porto Velho y lograr acceso libre al Atlántico.


La propuesta no recibió una respuesta entusiasta, pero tampoco una negativa. La visión cortoplacista estaba cautiva de los volúmenes y precios del gas. Teniendo el plan presentado en 2003, Brasil inició el proceso para la construcción de las presas en su territorio que ha sido y es fuertemente rechazado por nuestro nuevo Gobierno, aduciendo deterioro del medio ambiente, pretendiendo que inclusive las obras en el Brasil sean interrumpidas. La oposición boliviana es tan cerrada que el Canciller brasileño ha declarado que “no dejaremos de hacer cosas que son nuestro derecho”.


El plan continúa con la importante modificación que las presas ya no tendrán esclusas que permitan la navegación hacia el Atlántico. Eso era de esperarse. Desde 2006, la relación “íntima y especial” ha sido tan vapuleada por nuestro Gobierno que ya no existe.


La posibilidad de utilizar la provisión de gas a Chile y su exportación a Norte América, como un elemento que permita gozar de una zona económica especial en la costa, lo más cercano a una zona con soberanía, fue eliminada por la Guerra del Gas en la cual al grito de “no venta de gas a Chile”, que unificó los sectores sociales en su rechazo, fue después ratificada en un referéndum.

Mas aún, las posteriores relaciones con Chile fueron enmarcadas en una rigurosa agenda de 13 puntos en los que el retorno al Pacífico y provisión de gas estaban y están ausentes.


Estimado lector, me he permitido efectuar este recuento-reflexión porque acontecimientos no simultáneos, pero que en rápida sucesión han ocurrido ilustran las oportunidades perdidas. Desde hace unas semanas con las primeras luces del día, cientos de tractores y miles de trabajadores brasileños continúan la construcción de la presa de San Antonio, sin esclusas que permitan navegar hacia el Amazonas. También hace una semana, el Gobierno ha sentido en carne propia la oposición de sectores sociales, por autorizar la realización de labores de exploración petrolera en el norte de La Paz. Oposición alentada por ONG tal como lo denunció el propio Gobierno. Finalmente, desde el jueves 23 pasado, se está descargando en Quintero (Chile), el primer gas natural liquificado (LNG) a la planta de regasificación en esa localidad. Esta operación señala el inicio de Chile a proveerse de gas de otras fuentes que no sean países vecinos y al mismo tiempo elimina la posibilidad de retornar al Pacífico colaborada por nuestra producción de gas.


La vida nos enseña que no se debe decir nunca, porque es tan cambiante y rica en sorpresas, que quizás otras oportunidades de retornar a los océanos se nos presenten. Lo que sí me animo a afirmar es que pasarán varias generaciones antes que eso ocurra.

El autor es ingeniero petrolero
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