EL escenario político y social que ofrece la Argentina en estos días se asemeja a un gigantesco caleidoscopio que gira enloquecido y brinda imágenes contradictorias -algunas trágicas, otras cómicas-, que no alientan la esperanza de un futuro mejor.
El canciller Héctor Timerman, siguiendo la doble propensión oficial de atacar a los Estados Unidos y al gobierno porteño, denunció que agentes de la Policía Metropolitana son enviados a entrenarse a un instituto que, según él, inducía a golpes de Estado en América latina. Timerman no advirtió que esa escuela, con sede en El Salvador, había sido creada por Bill Clinton y que el propio gobierno de Cristina Kirchner también la había adoptado como centro de capacitación.
Días más tarde fue difundido un cable filtrado por el sitio WikiLeaks en el que se revelaba la preocupación de la diplomacia de los Estados Unidos porque la investigación del atentado a la AMIA haya sido utilizada por el gobierno argentino para distraer la atención de conflictos locales, como el que provocó la resolución 125 con el campo, en 2008. Según ha trascendido del Ministerio de Relaciones Exteriores, esa posibilidad causó gran inquietud en la comunidad judía internacional, que quedó de manifiesto en las conversaciones reservadas que mantuvieron con la Presidenta y con el propio Timerman los directivos del Comité Judío Americano que visitaron el país el mes pasado.
Timerman ofició también como agente aduanero en un avión de la fuerza aérea de los Estados Unidos, lo que motivó una queja del presidente de ese país para que se le devuelva el material sensible incautado.
Luego, el canciller fue denunciado en una nota periodística por supuestas negociaciones secretas para lograr un acuerdo espurio con Irán, a cambio del cual se desactivarían las causas judiciales por la voladura de la embajada de Israel y la AMIA, que tienen como principales imputados a importantes funcionarios del actual gobierno de Ahmadinejad. La versión, que no fue desmentida oficialmente por la Cancillería, indicaba que la aproximación se habría realizado durante el sigiloso viaje que Timerman realizó a Siria en enero. Esa oportunidad sirvió también para que la agencia Télam suscribiera un acuerdo con la Agencia de Noticias Arabe Siria, SANA, que obedece a los estándares informativos de un gobierno autoritario, como el de Bashar Al-Assad.
Alimentando esta contradicción, Cristina Kirchner ofreció un respaldo en un video, exhibido en el reciente acto del Luna Park, al lanzamiento del movimiento que lidera Luis D'Elía. ¿Sabría la Presidenta de la entusiasta participación, entre los concurrentes, del representante de Irán en la Argentina? El responsable de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Social, Gabriel Mariotto, participó en el acto. No hay mucho que esperar en relación con la libertad de expresión en la Argentina, con Mariotto festejando junto al régimen de Irán y Télam asociándose con la agencia estatal siria.
Al mismo tiempo, el juez federal Daniel Rafecas reveló que las reiteradas manifestaciones contra la embajada de Israel son organizadas en el conurbano bonaerense y que tiene indicios de que detrás de esas iniciativas podría estar el propio D'Elía, financiado por la representación iraní en la Argentina. El Gobierno guardó también silencio sobre esa grave acusación.
Como broche de este collage, la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata otorgó su premio anual de periodismo al presidente Hugo Chávez, una ironía si tenemos en cuenta su permanente acoso a los medios de prensa en Venezuela, al tiempo que es un aliado incondicional del presidente de Irán y simpatizante del dictador libio, Muammar Khadafy.
Es de lamentar que los hechos consignados sorprendan cada vez menos. Confirman que la política exterior argentina ha perdido con el kirchnerismo la vocación occidental que la caracterizó desde la restauración de la democracia en 1983. No debería, en realidad, llamar la atención: se trata nada más que de la proyección a las relaciones internacionales del menosprecio al que se han sometido en estos años los ideales y las prácticas republicanas en beneficio de un melancólico proyecto "nacional y popular".
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