Hubiera querido conocer a Nietzsche como lo conocía mi padre, al dedillo, pero mi ignorancia sobre el pensador alemán –sobre la filosofía en general–, no me permite referirme con propiedad a aquello del “eterno retorno” a que se refería el filósofo del superhombre, al concepto circular de la historia, a que los ciclos se vuelven a repetir con otros personajes u otras ideas, a que la historia no es lineal, sino cíclica.
Pero este pensamiento tan complicado para los legos en materia filosófica, resulta que calza perfectamente en Bolivia, donde se puede observar que la idea nietzcheana del “eterno retorno” es plenamente adecuado al transcurrir de su historia. Creo, además, que lo cíclico se produce en nuestro país con inusitada frecuencia, porque a lo largo de un siglo, como de una década, o un lustro, los acontecimientos se repiten y los viejos pensamientos retornan.
En 1930 cayó don Hernando Siles acosado por grandes disturbios donde el pueblo insurgente tenía como vanguardia a los estudiantes y luego a los militares que definieron el cambio. Similares hechos ocurrieron con Gualberto Villarroel en 1946 (este gobierno manchado de sangre a diferencia del anterior), cuando una multitud iracunda, también guiada por arrojados universitarios y aguijoneada por opositores al régimen, derrocaron a Villarroel y le dieron una muerte trágica. En 1952, un pueblo aguerrido, cansado de una larga postración y alentado por ideas nacionalistas germinadas en la guerra chaqueña, deponía a un gobierno militar que parecía inmovible, y volvía a ser el pueblo (el osado pueblo paceño en verdad) el que definía la victoria sobre la “rosca”. Mucho después, en 1985, fue otro Siles, don Hernán, el que se vio sobrepasado por abrumadoras demandas salariales de trabajadores que él consideraba casi como propios y que lo obligaron a reducir su período constitucional.
Con otros personajes, en distintas circunstancias, los hechos volvieron a ocurrir y se siguieron sumando hasta nuestros días, cuando el “eterno retorno” parece estar a la vuelta de la esquina. Sin chicanas: lo que sucedió con la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada parece reproducirse casi calcado con Evo Morales. Es el “corsi e ricorsi” que también dicen los italianos. Sánchez de Lozada no pudo dar contento a un pueblo hambriento, sin trabajo ni esperanzas. Pocos años después, Evo Morales, que dice ser su antítesis, que blasfema contra todos los gobiernos anteriores al suyo, se encuentra en las mismas circunstancias. Con una diferencia muy importante, hay que reconocer: el gobierno del MAS no ha necesitado aún (ojalá que nunca) defender la institucionalidad de la nación y de su mandato a bala.
Hay otros personajes, otras ideas, otros sentimientos, pero nuestra historia parece ser fiel al “eterno retorno”. Como en el 2003 ya están las calles paceñas atestadas de marchistas y bloqueadores; ya están los fabriles, los maestros, los trabajadores asalariados y los mineros, encabezando las protestas. Si se suman las juntas vecinales el panorama se saldría de control. Nos dicen y lo vemos por la televisión, que el ambiente es irrespirable en La Paz y que sus habitantes, siempre sufridos, no pueden moverse si no es por el único medio: a pie. Ya se respira gases lacrimógenos, los policías apenas dan abasto, los militares esperan órdenes en sus cuarteles sin ningún entusiasmo, y lo cierto es que el gobierno masista sólo es dueño de la plaza Murillo. Desde allí, ministros y parlamentarios oyen las explosiones de dinamita y la vocinglería iracunda del pueblo que lucha por llevar su reclamo hasta el Palacio Quemado y la Asamblea Legislativa. ¿No trae a la memoria tiempos pasados? ¿No es el retorno de lo mismo?
El gobierno del MAS no ha podido cumplir ni lejanamente con las expectativas que creó. El hambre de la gente no ha disminuido, no ha habido más trabajo que no sea el creado para la burocracia partidista, el ahorro fiscal es menor que la deuda pública, la política de hidrocarburos se ha extraviado con la nacionalización y la consecuente falta de inversiones, se ha encarecido la vida y hay escasez de alimentos, ha disminuido la producción desperdiciando los buenos precios del mercado, la corrupción se ha multiplicado con un desmesurado crecimiento del narcotráfico y el enriquecimiento de los mandones de turno, la salud y la educación son caóticas, la justicia se ha subyugado al poder. Y ahora el gobierno, acosado, se entera después de cinco años de naderías, que hay que ser patriotas y romper lanzas con Chile por el mar. El gobierno que iba a liberar a Bolivia, que iba a liberarlo de sus cadenas, se está convirtiendo con ventaja en el peor de la última etapa democrática.
En nuestro país, si vamos a repetir la crítica que siempre nos preocupó, sólo funciona la repartija de cheques, los bonos, y la propaganda: Evo cumple, Bolivia cambia. Ni uno ni lo otro es cierto. Y si Bolivia cambia es para retornar y reiniciar el ciclo.
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