Si dejamos por un momento Potosí y recordamos Caranavi, o Uncía, o las marchas contra la ley de aduanas, o los episodios penosos protagonizados por altos funcionarios del Estado, o sacerdotes vernáculos, veremos que esta sociedad ha perdido toda noción de valores éticos, de orden, de cumplimiento de la ley
El movimiento social de Potosí ha puesto en evidencia que la Bolivia de 2010 es idéntica a la Bolivia anterior al 2006.
La hipótesis construida, era que la base de la fuerza del gobierno, poder de convocatoria y legitimidad, nacía de su origen indígena y del respaldo abrumador a la figura presidencial en la región andina del país. La combinación étnico geográfica aseguraba el apoyo al Presidente desde el occidente y se suponía, por contraste, que sus problemas estarían fundamentalmente en el este y sur del país. Fue el departamento de Potosí el que le dio mayor porcentaje de votos de entre todas las regiones del país al candidato del MAS en las elecciones para gobernadores.
La consecuencia obvia era que por esas razones, el ande y en particular Potosí, se podían dar por garantizados y se presuponía que la estructura organizada del MAS, el control de la gobernación, de las provincias y de diversos sectores denominados “movimientos sociales”, permitían que la “pax evista” se impusiera en el mundo quechua y aymara. Sistema de control que podía incluso derrotar a la oposición que de modo significativo representa el popular alcalde potosino René Joaquino.
Resulta sin embargo que la tal “pax” no existe, ni en Potosí ni en ninguna parte, por la simple y sencilla razón de que uno de los pilares fundamentales del “Estado Integral” anunciado por el jefe de Gobierno no es tal, dado que no se ha conseguido un nuevo y verdadero pacto social. La Constitución es un texto superestructural, es una serie de enunciados que se están imponiendo a golpe de leyes por la vía implacable del rodillo legislativo, a través de asambleístas que en su gran mayoría no pueden ser considerados otra cosa que un conjunto de militantes fieles hasta lo indecible a la nueva fe. Ser asambleísta del MAS es cuestión de fe, no de ideas, ni de convicciones éticas y filosóficas en torno al nuevo Estado. Crees o no crees, si crees votas sí, si no crees, o dudas, o cuestionas, o planteas ideas diferentes a las que llegan desde la calle Ayacucho esq. Mercado, pensadas, digeridas, masticadas y listas para ser votadas, pasas al ostracismo y/o a la expulsión del partido.
De ese modo, los líderes del “proceso” imponen el “Estado Integral”, pero lo que no pueden imponer es el nuevo pacto social. Ese pacto nunca se dio, no sólo por la naturaleza cuestionable de la aprobación constitucional, sino, y esto es lo verdaderamente grave, porque ninguna de las actitudes básicas de la sociedad ha cambiado un milímetro.
La enfermedad de nuestro cuerpo social no se resuelve con declaraciones filosóficas ni con concepciones más o menos revolucionarias de cómo debe ser el “nuevo Estado”, se resuelve cambiando la esencia de nuestro comportamiento colectivo. Potosí prueba que ese comportamiento no ha cambiado. Las demandas de una comunidad pueden o no ser legítimas, ser o no justas, ser o no razonables, pero se reflejan en buena parte en la mecánica para lograrlas. La presión violenta es el mecanismo habitual, vía bloqueos, huelgas de hambre, amedrentamiento de los ciudadanos, retención contra su voluntad de turistas o de personas que pierden el derecho de libre circulación, desabastecimiento alimentario y monetario de una o más ciudades, toma de centros administrativos estatales, regionales o locales, toma de empresas privadas y, en casos extremos, destrucción parcial o total de su patrimonio.
¿Algo que el Presidente Morales Ayma no conozca? ¡Por favor! El Presidente es un maestro consumado de este tipo de mecanismos que usó implacablemente contra el Estado a lo largo de su dilatada carrera sindical. Los bloqueos más brutales que ha sufrido Bolivia fueron protagonizados por el actual Presidente. La consecuencia fue frecuentemente la dura y más brutal represión estatal. Hubo excepciones –lo subrayo- cuando, por ejemplo, en marzo de 2005 como Presidente me negué a reprimir el bloqueo nacional impuesto por Morales, demostrando que era posible una respuesta estatal diferente. Por cierto, no recuerdo entonces que los representantes de Naciones Unidas en Bolivia sacaran ningún comunicado indicándole al señor Morales que estaba violando derechos humanos de sus compatriotas, como tan solícitamente lo han hecho en días pasados ante el bloqueo de Potosí. Entonces, no sólo que Naciones Unidas no dijo una palabra sobre una medida que estranguló al país por varios días, sino que los fiscales de distrito controlados por el MAS de Morales, sacaron un comunicado indicando que los bloqueos eran un derecho legítimo de los débiles de protestar legalmente contra el Estado y que por ello no podían detener a ninguno de sus autores.
Pero el asunto es más grave. Si dejamos por un momento Potosí y recordamos Caranavi, o Uncía, o las marchas contra la ley de aduanas, o los episodios penosos protagonizados por altos funcionarios del Estado, o sacerdotes vernáculos, veremos que esta sociedad ha perdido toda noción de valores éticos, de orden, de cumplimiento de la ley, de aceptación de que el contrabando y el narcotráfico son delitos, que el prebendalismo y el cuoteo son formas de cáncer social.
Potosí no es un hecho aislado, es la prueba de que nada ha cambiado en la actitud colectiva de los bolivianos en los últimos cuatro años y medio.
El autor es ex Presidente de la República
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