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sábado, 28 de agosto de 2010

Marcelo Ostria renueva el rechazo al odio y la intolerancia al recordar en "Los Buenos y los Malos" un cambio sin justicia

“Parecería que nos hemos empequeñecido en un mundo estrechado por la pendencia, por los enfrentamientos estériles, por la sangre derramada en vano que no alcanzó a fertilizar nuestros espíritus” S.P.L.

Hay la tendencia, que se destaca aún más en la política nacional, de santificar a los amigos y demonizar a los adversarios. Se divide a las personas entre los autocalificados bienintencionados y los que, ellos mismos, acusan de perversos que pretendidamente siempre quisieron dañar a Patria. Para los primeros, no hay término medio. Esto es el fruto de los enconos que van ahondándose hasta convertirse en odio. La cuestión, ahora, ya no es la divergencia en la manera de conducir el Estado. Lo que el oficialismo pone en duda es la libertad de pensamiento.

De esta deformación del uso del poder derivada del sectarismo, nace el enfermizo afán de desacreditar todo lo opuesto. Para los ahora oficialistas que no ven nada bueno en el pasado, la historia comienza con ellos; supuestamente esta es la etapa de la construcción de una sociedad socialista (del siglo XXI), próspera, justa y feliz, y esto, para los masistas, sólo tiene un camino: el poder total.

Para evitar que surjan alternativas viables que el oficialismo ve como producto de la maldad y la inmoralidad, el designio es prevalecer a cualquier precio, así sea persiguiendo, destruyendo o eliminando al adversario. Es que los intolerantes intentan asignar maldad a todos los que no comparten su visión política y, reservan el lugar de los buenos para ellos y sus adherentes: “ven la paja en el ojo propio y no advierten la viga el propio”.

Invariablemente, los que ahora son sometidos al acoso judicial, son opositores que han sido electos gobernadores y alcaldes municipales. A todos ellos se pretende eliminar de la función pública y, si se presenta la oportunidad, de la vida política. No se admite la existencia de adversarios en los gobiernos departamentales ni en los municipios. El poder –se reitera- es reclamado íntegro por el oficialismo.

También se presentan acusaciones de desviación o traición cuando alguien de su lado ve que en el opuesto hay algo que es digno de compartir y apoyar. Esto sucedió, por ejemplo, con parlamentarios y dirigentes potosinos del MAS, que encontraron justas las demandas de su región y las apoyaron. No se acepta, con intolerancia cerril, demandas que no se originen en sus cuadros de militantes oficialistas y menos aun que sean diferentes al pensamiento del gobierno central. Las exigencias de la construcción de un aeropuerto o de una carretera, que nada tienen que ver con la ideología sino con criterios de técnico - económicos, si provienen de ámbitos distintos al gubernamental, hay que combatirlas. No se reconoce que las posibles objeciones a las demandas de esta naturaleza, deben debatirse con argumentos especializados. Pero no. Se insiste en que, los que ven algo positivo en esas exigencias son, necesariamente, o perversos opositores o traidores que abandonan el partido oficial. Esta es una señal que nos advierte que la autocracia está llegando y que pronto ésta puede convertirse en dictadura.

Con la constitución política del estado “plurinacional”, aprobada en enero de 2010, se intenta establecer un nuevo modelo –aún es impreciso- y el mecanismo para ello es el llamado “proceso de cambio”. Pero no es suficiente cambiar las instituciones, las leyes y los procedimientos; para que haya justicia y progreso, hay que cambiar el estilo antidemocrático que ahora prevalece: el del odio y la intolerancia.

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