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lunes, 4 de enero de 2010

notable trabajo de Dante Pino en análisis histórico-social que ubica al aymarismo originario en su lugar y ensaya el desenlace que sobrevendrá luego


Y les dieron un cheque en blanco para que puedan girar en contra nuestra. En los setenta soñábamos con algo como esto. Tener todo el Poder. Cuando la UDP se hizo gobierno (1982) lo primero que le señalamos y advertimos, fue que no confundieran el gobierno con tener el Poder.

El Gobierno no pasa de ser una instancia administrativa del Estado y su control no significa tener dominio sobre todas ellas, que lo hacen y constituyen.

El Poder absoluto se define entonces como el dominio, control y capacidad de decisión sobre las instituciones básicas en las que se asienta: Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Fuerzas Armadas. En nuestra historia son pocos los casos en los que esta situación se ha presentado, si tomamos en cuenta el Estado de Derecho. Es decir si hacemos paralelo con gobiernos nacidos del voto. Esto es lo que hace del MAS un fenómeno político.

Las enseñanzas revolucionarias marxistas del siglo pasado, decían que este Poder solo podía ser el resultado de la revolución provocada por un proceso insurreccional de las masas, que vencían al Ejército de la burguesía e instituían el Estado Revolucionario que cambiaba el contenido de clase burgués por el proletario. Es decir sólo mediante el uso de violencia revolucionaria se podía alcanzar el control total del Poder.

Pero he aquí que toda esta teoría se pierde ante los hechos que estamos viviendo. No hubo insurrección, ni violencia revolucionaria, hubo elecciones y voto. El Estado pasó a manos de una dirigencia sindical corporativa, vanguardizada por los cocaleros y no por los mineros, no es el proletariado el que asume este Poder, son los movimientos sociales, equivalentes a grupos heterogéneos sin ideología ni programa, pero con gran capacidad de movilización.

Y lo curioso es que el Estado burgués se rindió sin pelear y las Fuerzas Armadas pasaron banderas sin dividirse. Todo fue como si nada hubiera sido. Se produjo el agotamiento sistemático del Estado en manos de una endeble burguesía que se escurrió como por el caño del desagüe y dejó que el vacío lo llenaran quienes pudieran. Y ahí estaban los cocaleros organizados, apoyados desde el exterior e insertados en todo el descontento social, colocando Bolivia patas arriba y desafiando al Imperio con aires de grandeza cual fuerza económica y militar equivalente.

Bolivia dio un giro sobre sí misma, sin que medie el grito de guerra. ¿Se operó una revolución? Podríamos afirmar que sí, si este proceso tuviera claridad ideológica y programática, pero carece de ellas. Se trata entonces de un vació llenado por la oportunidad. Su consistencia reside en el soporte financiero que le permite la expansión del negocio de la coca y del narcotráfico, junto con la permisividad norteamericana, que deja pasar y deja hacer, al comprobar que ese tráfico no va dirigido a sus fronteras.

No es una expansión producida a pesar del Estado que la controló con una ley que en su momento fue el muro de contención y a su vez de explosión de la coca, es una expansión que ahora tiene el soporte del Estado. Las doce mil hectáreas permitidas por ley, son ahora cuarenta y siete mil (12.000 permitidas mas 35.000 excedentarias) y según decisiones asumidas luego de la victoria electoral del diciembre 2009, el cato de coca dará para garantizar, cuarenta mil hectáreas a las cuales habrá que añadirles las consabidas plantaciones no autorizadas, lo que nos da un horizonte de más de sesenta mil hectáreas que serán el sustento de este cambio, con todo el Poder, producido en Bolivia.

Mientras el gas se encoje en volumen y precio, la coca crece. Sin un programa económico coherente que se asiente en la explotación de sus potencialidades, el narcotráfico asume el territorio nacional como su hacienda privada. En este sentido el tema de la tierra se convierte en un elemento de presión que le permite al Gobierno debilitar el poder político de familias y empresas en el oriente, con el objetivo de reacomodar en ellas a comunidades indígenas que sirvan a los propósitos de usar estas en la siembra de la coca o sus derivados.

Para facilitar esta tarea es importante controlar las Prefecturas mediante Gobernadores que ejecuten estos planes, estrategia que viene desarrollando el Gobierno en la actualidad, anulando las candidaturas molestas y opuestas a estos propósitos.

El voto decembrino, le abrió a Evo Morales las puertas de par en par a este cuadro donde lo que parecía imposible hace seis años atrás, ahora tiene un mundo abierto a todo lo que pueda hacerse con la coca y sus derivados. Lo demás es distractivo, destinado a confundir y dar la impresión de que existe una política que se preocupa por los más pobres: bonos que tienden buscan afianzar la mentalidad asistencialista y a esperar del Estado todo y del esfuerzo personal nada.

Por otra parte la inversión pública tenderá a decrecer por los menores ingresos fiscales en este período, y el gasto corriente se expandirá irremediablemente a la par de la deuda interna, que tiene origen en los aportes de los trabajadores para sus jubilaciones. Para esto se ha preparado proyectos de ley que tiendan a darle al Estado control sobre estos dineros.

El cambio se muestra como una inversión de valores. La economía del libre mercado infectada por el Estado, que actúa en contra ruta allí donde se cree que hay oposición política antes que posicionamiento económico, el entendimiento de la libertad de empresa como atentatoria al derecho colectivo y la preeminencia de lo comunitario sobre lo individual, la concepción de que la raza y el idioma originarios deben estar por encima del resto social, la definición de relaciones internacionales entendidas como reflejo de lo ideológico antes que del intercambio comercial y cultural. Todo esto no es revolución, pero sirve para mostrarse distinto, Y el empuje social que sustenta esto tiene vertientes de entendimiento diferentes.

El mundo aymara cree vivir un proceso de retorno a un pasado que consideran superior al de la civilización del occidente y que en este sentido tienen “derecho” a restituirlo y obligar al resto social a asumir sus costumbres como universales. Mientras que en el oriente le miran como contrario a su cultura y concepción del mundo, no se sienten indios, ni quieren asimilar lo indígena. El mestizo comprende el mundo indígena pero no lo vive. Esta amalgama de visiones es la que se ha mezclado, revuelto y ha logrado confundir antes que aclarar.

El dique se ha roto. Las consecuencias son pues inevitables. No hay fuerza capaz de evitar los desbordes que esto ocasionará. Queda esperar que el desatino y destrucción que se lleva consigo amainen, para poder asimilar todo lo que se perdió sin remedio.


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