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martes, 12 de enero de 2010

a pocas horas de la elección presidencial en Chile, tuvo lugar otro debate, qué altura, qué calidad si da envidia cuando Evo negó todo debate!

Primero, lo más importante: nadie quedó herido y todo indica que no será el debate de anoche el que decida la elección de este domingo.

Segundo, los contendores no salieron a hacerse pedazos ni se dieron golpes bajo. Hubo más tensión en el compulsivo interrogatorio de los periodistas a los candidatos que en el fuego recíproco entre ambos. Frei depuso las críticas a la faceta empresarial de Piñera y su mayor audacia fue intentar recluirlo en lo que fue la dictadura de Pinochet. Piñera, por su parte, se permitió dejar caer algunas apreciaciones negativas sobre lo que fue el gobierno de Frei (casas Copeva, crisis asiática), pero el eje de sus intervenciones fue las reiteradas exhortaciones que hizo a ganarles la guerra a la delincuencia, el desempleo, la pobreza y la corrupción.

Tercero, por el hecho de haber llegado en posición de desventaja, Frei tenía mucho que ganar y no ganó; Piñera, en cambio, favorecido por las encuestas, tenía mucho que perder y no perdió. Esto no es precisamente un empate, pero la idea podría gustarles a quienes temían, a uno y otro lado, que las cosas hubiesen terminado peor.

Cuarto, es legítimo poner en duda cuán decisivo pueda ser a estas alturas un debate como el de anoche. Hoy por hoy, la fracción de electores efectivamente indecisos se ha estado adelgazando y sincerando. En su mayor parte, ya se produjeron los reacomodos y cruces de frontera de personeros que apoyaron a alguna de las dos candidaturas derrotadas el 13 de diciembre. Los que todavía no saben qué van a marcar (si es que atinan a marcar) son el raspado de la olla.

Quinto, el match de anoche fue una buena instancia para el despliegue de atributos y caracteres personales. Vaya que hay perseverancia en Frei, reflejada en el esfuerzo sostenido de su campaña, en el tranco parejo de sus intervenciones y en su tendencia a responder largo. Vaya que hay energía en Piñera, contenida a presión en conceptos repetitivos y en unas ganas de alcanzar el gobierno que a veces debe dominar tanto como sus tics.

Sexto, una pregunta: ¿Cuánta falta hicieron Marco Enríquez-Ominani y Jorge Arrate?
Séptimo, aunque no fue el término de la campaña de segunda vuelta, porque todavía quedan unas pocas horas por delante, la sensación dominante es que el juego terminó. Fue el último empujón a la rueda de la ruleta. Puede ser un alivio: no va más. (De la columna de Héctor Soto en La Tercera)

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