Hambre de justicia hay cada vez más", dice Luis Moreno Ocampo. Lo afirma desde su experiencia como uno de los responsables del histórico Juicio a las Juntas, que cimentó la democracia allá por los años 80 y al que ahora define como "una obra de arte". Pero también lo sostiene desde su perspectiva única como partícipe central de lo que considera "un cambio de 5000 años de cultura". Es decir, la aplicación de la ley a nivel mundial en vez de la imposición de la violencia.
Con seis años en La Haya como primer fiscal de la Corte Penal Internacional, Moreno Ocampo sabe que su rol resultará decisivo para definir el futuro de ese tribunal como última instancia para juzgar genocidios y crímenes de lesa humanidad. Y aunque él aclare que no es "el fiscal del mundo", siente que es un proceso en marcha y confía en que algún día englobará incluso a Estados Unidos, la superpotencia que aún mira con recelo su jurisdicción.
Una y otra vez a lo largo de la entrevista con Enfoques en su casa de Buenos Aires, donde reside su familia, el investigador de los crímenes cometidos en Darfur o Kenya fluctuó entre su rol internacional y los asuntos locales. Así, afirma que en la Argentina "el tema pasa ahora por otras áreas de violencia", en desmedro de la política, "como puede ser la violencia criminal, que tenemos que manejarla mejor", aunque rechaza toda idea de algún día dedicarse a la política en el país o aspirar a otro cargo público. Prefiere anunciar que "se está armando un sistema global de Justicia que cambia las reglas de juego". Un nuevo orden mundial.
-Lleva seis años como fiscal y le quedan tres años más. ¿Está satisfecho con lo que logró hasta ahora?
-Cuando yo asumí, pensé: "¿Cómo organizo estos nueve años? Tengo que armar esta institución y para eso tengo que definir cómo se definen los casos a investigar". Así que los primeros tres años fueron para elegir a la gente y definir políticas muy claras sobre lo que íbamos a hacer y lo qué no íbamos a hacer, porque para mí, a la luz de mi experiencia en la Argentina, era muy claro decir que solamente vamos a investigar a los máximos responsables. A nadie más. Porque si no, me iban a pedir más cosas que no íbamos a poder hacer. Los segundos tres años consistieron en arrestar a las personas y hacer los juicios. Y los últimos tres años son cómo esta Corte maximiza su impacto mundial. Y la verdad es que, pese a todos los avatares, vamos bien. La Corte transformó las relaciones internacionales. Hoy está claro que no se pueden cometer crímenes masivos.
-¿Es ése el mayor logro?
-¡Es un cambio de 5000 años de cultura! ¡Es un logro muy importante! Yo creo que la Corte es una institución del siglo XXI y a veces no nos damos cuenta de cómo está cambiando el mundo. Antes no existía la posibilidad de una Corte permanente que mirara crímenes masivos e investigara a los jefes, incluso a los jefes de Estado, como pasa en Sudán. Pero no es sólo la Corte. Se está armando un sistema global de Justicia que cambia las reglas de juego.
-¿Y la mayor dificultad a la luz de estos seis años?
-[Piensa por unos segundos] Tengo que investigar crímenes masivos mientras están ocurriendo, a veces sin poder ir, como en Darfur, transformarlos en casos simples para presentarlos ante los jueces y aprender cómo lograr que los Estados parte, más el resto de la comunidad internacional, apoyen a la Corte. A veces, como fue en Darfur, es difícil porque eso implica enfrentar a un presidente. Pero estamos funcionando.
-Creí que me respondería con el reclamo que le hacen desde el mundo árabe sobre la idea del doble estándar: ¿Por qué se la agarran contra los países "chicos" y no contra los "grandes"?
-Ese es un argumento que comenzó a usar Bashir [por Omar Hassan al-Bashir, presidente de Sudán] cuando lo acusamos. Pero mi oficina ha demostrado una consistencia tal que los palestinos están buscando que nosotros intervengamos, y la Liga Arabe está apoyando a los palestinos para que nos presenten el caso sobre Gaza. Eso demuestra que la Fiscalía ha mantenido su independencia en un mundo muy complejo.
-A mediados de 2008, del diario inglés Daily Telegraph llegó a plantear que usted debía renunciar por su manejo de la publicidad de los casos... ¿Cómo traza el equilibrio entre el necesario apoyo de la opinión pública y la reserva necesaria de cada investigación?
-Bueno, los casos son públicos. Cuando las ONG me critican y me dicen que tenemos que hacer más publicidad, yo les digo: "Miren, en la Argentina, cuando tuvimos que enjuiciar a [Jorge Rafael] Videla, no pude convencer a mi mamá". No se puede convencer a todo el mundo. Nos manejamos con casos que dividen a las sociedades. Mi mamá creía que el general Videla era una persona buena como su papá (mi abuelo era general e iba a misa en Olivos) y ella creía que yo defendía a la guerrilla. El juicio le cambió la cabeza. Yo no pude convencerla. Cuando terminó el juicio, me llamó y me dijo: "Todavía lo quiero a Videla, pero tenés razón, tiene que estar preso". Tenemos que encontrar la fórmula para explicar mejor lo que hacemos, pero el trabajo de la Corte se va puliendo.
-¿Cree posible que algún día Estados Unidos acepte la jurisdicción de la Corte, como Australia, Japón, y sus socios europeos?
-Eso ha ido evolucionando. Al final, cuando ocurrió el caso del presidente Al-Bashir, Bush fue muy firme en apoyar la orden de arresto. Y ahora, yo diría que el gesto de Obama de acercarse a la Corte es muy fuerte. Supongo que van a pasar muchos años antes de que [EE.UU.] firme, pero se va imponiendo el criterio de que no puede haber crímenes masivos. Es un tema de tiempo para que Estados Unidos sea parte.
-Es un mérito que más de 100 países reconozcan la jurisdicción de la Corte, pero docenas de otros países no firmaron. ¿Eso afecta, complica o desvaloriza su trabajo?
-Nos afecta en muchos sentidos. La gente se pregunta por qué no estamos en Zimbabwe, en el Líbano, en Irak, en Sri Lanka, en Birmania... países donde hay conflictos. La respuesta fácil es porque no son Estados parte. Yo no soy el fiscal del mundo. Soy el fiscal de 110 Estados. Pero bueno, cuando yo empecé, eran 78, así que vamos subiendo. Estamos liderando una institución que es una parte del cambio del mundo.
-¿Dónde fija el límite sobre lo que puede hacer la Corte y el principio de soberanía?
-Esta es una Corte que respeta, absolutamente, el principio de la soberanía.
-¿Cómo se concreta en la práctica?
-Los chinos ponen mucho énfasis en el respeto de la soberanía. Yo les decía: "Respetamos la soberanía de Sudán. Nosotros le pedimos a Sudán que arreste a su Presidente". Es como si en la Argentina del 77 le hubiera pedido al Gobierno que arrestara al presidente Videla. Por supuesto que no lo hubieran hecho inmediatamente, pero el Proceso hubiera sido distinto si hubiera habido una clara posición internacional de que lo ocurrido en la Argentina eran crímenes masivos cometidos por las máximas autoridades.
-A esta altura van varias veces que menciona a la Argentina en relación al general Videla. ¿Hasta dónde su paso por el Juicio a las Juntas influye en su trabajo actual?
-¡Muchísimo! Yo siempre había pensado que el Juicio a las Juntas era la cosa más importante de mi vida profesional. Que nunca iba a hacer algo más importante porque se trató de un crimen masivo.
-¿Qué edad tenía?
-¡Yo tenía 32 años! Por eso luego hice todo lo que tuve ganas. Hice de todo. Pero siempre pensaba: "Ya hice lo más importante de mi vida. Ya está. ¡Estoy hecho!". Daba clases en Harvard, que era muy interesante, pero cuando me llamaron para hacerme cargo de esta fiscalía, me di cuenta de que en realidad el Juicio a las Juntas había sido mi entrenamiento, pero un entrenamiento maravilloso. El Juicio a las Juntas fue, realmente, una obra de arte.
-¿"Obra de arte"?
-Hmm [asiente].
-¿Qué siente con todo lo que pasó después: Obediencia Debida y Punto Final, los indultos, la anulación de aquellas leyes?
-Lo peor fueron los indultos a Videla y al resto de los comandantes. El Juicio a las Juntas Militares fue la piedra fundamental de la democracia argentina. Entonces, indultarlos fue como afectar esa piedra fundamental, por eso fui muy crítico de los indultos. Igual, estos son procesos sociales muy complejos, en los que hay idas y vueltas aunque, al final, la Argentina entró en una etapa en la que aquello no se puede repetir. El tema pasa ahora por otras áreas de violencia, como puede ser la violencia criminal, que tenemos que manejarla mejor. Pero todo esto fue un aprendizaje de cómo los límites legales están influenciados por procesos sociales que van cambiando, no sólo por la ley.
-Le quedan tres años al frente de la Fiscalía. ¿Cuál es su meta pendiente?
-La verdad es que fue un privilegio ser el fiscal de esta Corte destinada a controlar la violencia masiva. Creo que es un reconocimiento a la Argentina. A América latina como región y a la Argentina como país que lideró. De hecho, ahora una de las juezas de la Corte, Silvia Fernández [de Gurmendi], es argentina, y eso es remarcable. La Argentina tendrá un juez y un fiscal. El lugar de la Argentina es increíble en la Corte Penal Internacional. Me parece que es transformar la tragedia que tuvo la Argentina en un aporte positivo al mundo. Y justamente los argentinos no nos damos cuenta de que hay cosas que sabemos hacer y de que recibimos reconocimiento por eso.
-¿Hasta qué punto funciona que la Corte actúe como última amenaza para los Estados miembro?
-¡Oh, eso es justamente lo más interesante! Los pocos casos que nosotros hacemos son importantes por el mensaje que mandan a las personas que están en los otros Estados parte: si cometen crímenes parecidos, los podemos juzgar. Es decir, pocos casos en La Haya, mucho impacto global.
-¿Cuáles son las naciones que más colaboran con la Corte?
-Hay tres regiones que están casi enteras. Sudamérica está entera; Europa, también, y Africa no árabe está casi entera. ¿Por qué? Porque son las regiones que tuvieron crímenes. El problema es que en Europa los crímenes fueron hace 60 años. Solamente queda lo ocurrido en Georgia y un poco en los Balcanes. En Sudamérica, los crímenes fueron hace 20 o 30 años, sólo queda Colombia. Pero en Africa pasan ahora. Entonces, para los africanos, somos absolutamente estratégicos, esenciales. La primera vez que me reuní con el presidente de Sudáfrica, me dijo: "Si tenemos una nueva guerra en Congo, Africa colapsa". Para los africanos es fundamental evitar eso. Para Kenya es fundamental no volver a la violencia que vivió en 2008. Y para los países vecinos a Kenya también es fundamental que eso no ocurra.
-En septiembre último, usted aludió a eventuales investigaciones sobre crímenes cometidos por Israel en la Franja de Gaza. ¿Es posible pensar en Israel en el banquillo?
-La Autoridad Palestina vino a mi oficina a buscar justicia. Están argumentando que ellos pueden aportarme la jurisdicción ante la Corte. Es una discusión legal que estamos teniendo. Lo importante es que la Corte se constituyó en un lugar en el que no sólo ciudadanos, sino la Autoridad Palestina busca Justicia. O Rusia, que no es un Estado parte, pero nos manda información sobre crímenes cometidos en Georgia. La Corte alcanzó un alto nivel de credibilidad y eso es un enorme éxito en apenas 6 años. Es un nuevo orden que actúa distinto, porque hasta ahora se actuaba en base a dos principios: se trataba de acordar con los criminales o atacarlos.
-La idea de "acordar" con los criminales engloba las amnistías y autoamnistías. ¿Qué piensa de esas opciones?
-En el Estatuto de Roma se establece que no hay ningún tipo de amnistía para este tipo de crímenes. Esa es mi respuesta.
-En noviembre de 2007, el presidente del Center for Transitional Justice, Juan Méndez, afirmó que dependerá de usted si la Corte es "un éxito o un fracaso". "Si sólo se generan 2 o 3 juicios y 20 arrestos -alertó-, el apetito por una Justicia criminal internacional se evaporará por completo". ¿Está de acuerdo?
-Hambre de justicia hay cada vez más en el mundo. Ese es el tema. Los que tienen hambre vienen a la Corte: los palestinos vienen a la Corte, también desde Sri Lanka, gente de Colombia...
-¿No sería útil convocar a un segundo fiscal y duplicar esfuerzos?
-No lo creo. La Corte es un sistema de soporte, no puede ser la principal herramienta. ¿Colombia hace sus juicios? Perfecto. ¿Afganistán dice que va a juzgar sus crímenes? Está perfecto. Cada cual tiene sus propios casos. Y si nosotros no debemos intervenir, mejor. Digamos, es mucho mejor el Juicio a las Juntas hecho en Buenos Aires que en La Haya, a mí no me cabe duda. Creo firmemente en el sistema nacional. Y cuando no actúa, entonces hay una herramienta nueva para actuar. No se trata de lo que haga la Corte en La Haya, sino de cómo la Corte promueve incentivos a los Estados parte para que actúen, no sólo haciendo juicios, sino previniendo crímenes.
-Cuando concluya su mandato a mediados de 2012 tendrá 60 años. ¿Concluirá otra vez que ya lo hizo todo, como a los 32?
-Bueno, al menos no aspiraré a otro cargo. Me parece que este es algo grosso . ¡Este es el cargo más interesante del mundo! No quiero otro.
-¿Ni siquiera en la Argentina?
-¡Sobre todo no en la Argentina! [Risas.]
-¿Planea radicarse otra vez en Buenos Aires?
-Bueno, tengo una casa en Buenos Aires, aunque cuando me nombraron fiscal daba clases en Harvard, así que supongo que, si quiero volver a una universidad buena, podré hacerlo. Pero ya veré qué hago. Por ahora, me quedan dos años y medio para, como dijo Juan Méndez, definir el éxito o el fracaso de la Corte. Tenemos que ser un éxito, no podemos fracasar, no hay espacio para un fracaso.
-Para ser un hombre que optó por la vida pública, por correr riesgos públicos. ¿No se le cruza volver a ser funcionario en la Argentina?
-No. Siento que hice en la Argentina algo que tiene que ver con la época. Fui fiscal en el Juicio a las Juntas, después en el juicio a Camps [Ramón, ex general jefe de la Policía bonaerense durante la dictadura], durante el juicio por la rebelión de Aeroparque, en muchos casos de corrupción, de guerrilla; y fui fiscal de la última rebelión militar de [Mohamed Alí] Seineldín. Ya tuve los casos más interesantes que este país puede ofrecer.
-Yo pensaba como diputado o senador, ministro? ¿Presidente?
-No. Yo no soy político. A mí me gustaba contribuir desde el Poder Judicial a defender un límite: la vida no puede ser una herramienta política. Y me pasó lo mismo a nivel mundial. Antes me ofrecieron cargos políticos y no quise, así que menos ahora. Necesitamos líderes políticos, pero yo no lo soy.