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martes, 4 de agosto de 2009

la prepotencia de Chávez, jactarse de mandar en Honduras provocó que los militares lo echen del poder. ahora no encuentra la vía de regreso


Álvaro Riveros Tejada

El Waterloo del mico-mandante

En un acto de zalamería, propio de las mozas que se inician en el oficio del meretricio ante el libidinoso donativo de un carcamal, José Manuel Zelaya, ex presidente de Honduras, pocos meses antes de su expulsión del cargo, aduló a Chávez bautizándolo con el apodo de “El Comandante Llanero”.

Como retribución a semejante lisonja, el mico-mandante, en tono poético respondió: “Si yo soy el comandante llanero, Ortega es el comandante guerrillero, Evo, el comandante cocalero y Zelaya, el comandante vaquero”. Y así por delante, el vate militar prosiguió con un raudal de eses que manaba por su boca: “Ya vine dos veces en seis meses, pero vendré en muchas otras veces”…

Ese patético evento lírico-cultural fue suficiente para advertir a los hondureños sobre las intenciones prorroguistas de su presidente, alentadas por el poeta castrense. La rebaja en los costos del petróleo que Venezuela provee a Honduras, su afiliación a las huestes del chavismo, a través del ingreso de Honduras al ALBA y la petición a los EEUU para retirar su base militar de Palmerola para facilitar las vías del narco, fue el precio pactado. Aún a riesgo de violar la constitución y poner en peligro su cargo, Zelaya transó y los resultados están a la vista.

No es necesario ser politólogo para determinar que el cambio de gobierno en Honduras marcó un antes y un después en el acontecer de la política latinoamericana, al detonar una serie de sucesos irreversibles que arrastraron consigo a personas e instituciones, con grave detrimento a su credibilidad y permanencia. Principiando por el mismo Zelaya, cuyo liderazgo decae a medida que transcurren los días, aún volviendo a Tegucigalpa su vida política útil sería efímera y solo serviría para presidir unas elecciones que le devuelvan la institucionalidad democrática a su país, y para sumirse luego en el anonimato; salvo que una mano asesina, proveniente de su propio entorno, tronche su vida, pues más lo querrían como un mártir, que como un llanero solitario errante.

Luego está Insulza, culipandero y oportunista, cuya “victoria” con el retorno de Cuba al seno de la OEA fue fugaz, así como fue ridícula y escandalosa su incursión aérea a Tegucigalpa para reponer a Zelaya, acto que se cobró su reelección como Secretario General de la OEA y el total desprestigio de ese organismo regional. Los asalariados del ALBA: Cristina Kirchner, Ortega, Correa, Morales y Lugo, entremetidos en el sainete del retorno del presidente depuesto, están pagando muy caro su comedimiento.

Oscar Arias, presidente de Costa Rica y premio Nóbel de la Paz no estuvo exento de las repercusiones de esta desventura, al poner en grave riesgo su prestigio y credibilidad. Obama, su Secretaria de Estado Clinton y toda la maquinaria de inteligencia americana jugaron un brillante papel de tongo, empero está por verse si los resultados finales de esta trama les resulten favorables.

Finalmente, Hugo Chávez, autor intelectual y material de esta tragedia, con su enjambre de abejas asesinas llamadas a crear un baño de sangre en Tegucigalpa, sólo logró generar más dudas sobre su capacidad mental y, como era de esperar, luego del bochorno busca la salida más fácil para escapar de esta vergüenza, provocando un conflicto con Colombia. Dios se apiade de él, ya que esta locura se convertiría en el Waterloo del mico-mandante. (puede influír en Evo, su discípulo, en Correa, en Ortega, pero no pudo con Michelet, demasiada personalidad y demasiado control del Congreso)

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