Desde esta misma página acaba de señalarse que la Organización de los Estados Americanos (OEA) enfrenta una difícil encrucijada. La cuestión de Honduras parece haberla llevado a eso. Fracasar en resolverla, se dice, corroboraría el tamaño de la encrucijada continental. Algo parecido sucede con la adolescente Unasur. En este caso, la cuestión crítica es el acuerdo militar colombiano-norteamericano, en función del cual los Estados Unidos cooperarán con Colombia en la lucha contra el narcotráfico y las FARC, desde siete diferentes bases de las fuerzas armadas colombianas. Este ha sido el detonante de un debate que parece haber dividido a Unasur.
Para algunos, ese acuerdo debe analizarse como una decisión interna -y soberana- de Colombia. Con la que se puede disentir, pero que debe respetarse. Para otros -acostumbrados a invocar el principio de "no intervención" a su favor y jamás en contra- el acuerdo es inaceptable. La decisión argentina de convocar una reunión urgente de Unasur logró que el tema -prácticamente cerrado en las deliberaciones de Quito, donde no hubo consenso para condenar a Colombia- quedara nuevamente abierto.
Aparecen dos posturas diferentes enfrentadas en Unasur que amenazan su eficacia. Por una parte, aparece la actitud intimidante propia de Hugo Chávez y sus aliados. Por la otra, la diplomacia tradicional, prudente, respetuosa, que caracteriza a Brasil, Chile y Uruguay.
Ambos escenarios del diálogo regional o subregional -el de la OEA y el de Unasur- son distintos. Hasta constitutivamente. La OEA, que incluye a Canadá, los Estados Unidos y México, posee un evangelio democrático, expresado en la Carta Democrática Interamericana. Unasur, en cambio, menciona oblicuamente la democracia. Se refiere, es cierto, a la necesidad de "fortalecerla". Pero aclara que "cada Estado adquiere sus compromisos en función de su respectiva realidad", sea esta democrática o no.
La OEA es un organismo maduro, con trayectoria. Con su propia liturgia y con todo un bagaje de experiencia y profesionalidad. Es hija de la reflexión, no del apresuramiento. Su origen se remonta a 1890, cuando la primera conferencia de la entonces Unión Panamericana. Su carta constitutiva es de 1948, cuando se la consensuó en Bogotá. Nueve sucesivas conferencias interamericanas, con ricas deliberaciones llenas de contenido y sin apresuramientos, precedieron la emisión de su partida de nacimiento.
Unasur, en cambio, se concibió casi a la carrera. Sin escuchar a la opinión pública. Una actitud con algo de conspiración, aunque no de cisma. Su gestación comenzó en 2000, en Brasilia, cuando apareció como Comunidad Sudamericana de Naciones. Su nacimiento, no obstante, es muy reciente, de mayo de 2008. Y la vida de la organización está, curiosamente, todavía pendiente de ratificación por parte de casi todos sus miembros. Como la candidatura de Néstor Kirchner para conducirla se encontró con un temprano rechazo, Unasur está administrativamente acéfala y sin poder implementar la arquitectura institucional prevista. Hay hasta quienes creen que Unasur se concibió para reemplazar a la OEA en el diálogo político subregional. Aunque pueda no ser así, como instancia alternativa puede, en alguna medida, haber contribuido a debilitar a la OEA.
El espíritu de Unasur no se concibió como inclusivo, sino más bien como autonómico, o casi excluyente. En un mundo que se abre, Unasur es una apuesta al diálogo cerrado, en dos idiomas. Donde algunos se abroquelan fácilmente en la emoción, más que en la razón. En su seno es posible, por ahora al menos, acampar en el totalitarismo. Esto es, desconocer resultados electorales; encarcelar opositores y sindicalistas; limitar las libertades de opinión y expresión y hasta (como acaba de suceder en Quito) proponer hacerlo a nivel regional; censurar a los medios; disparar contra estudiantes o manifestantes desarmados; expropiar empresas extranjeras, incluyendo a las argentinas; manipular y deformar las instituciones republicanas; lavar los cerebros de los niños y convertir a los disidentes en parias. También se pueden instalar fábricas de Kalashnikovs adquiridas a Rusia, sin que se pregunte para qué. Y armarse hasta los dientes en Bielorrusia y Rusia, desatando una nueva carrera armamentista a la que se ha sumado hasta Bolivia, que seguramente debiera tener otras prioridades. O convertirse, de pronto, en inexplicables socios estratégicos de Irán.
La Venezuela con tradición pacificadora, capaz de motorizar en su momento los acuerdos de Contadora, que pacificaron América Central, habla ahora con tonos mesiánicos de "vientos de guerra" y luce ella misma como una amenaza más para la paz y seguridad regionales. Sus aliados acompañan, unas veces desde el silencio, otras desde la repetición.
En Brasil, Unasur aparece como un apoyo lógico a su liderazgo regional. Para Hugo Chávez, Unasur es, más bien, una caja de resonancia a la que Telesur se acopla, a la manera de amplificador. Un instrumento de poder, entonces. Quizás esto explique la resistencia que encuentra para poder ingresar como miembro pleno al Mercosur. El Ejecutivo paraguayo acaba de retirar aceleradamente el proyecto de aprobación de su Congreso, consciente de que iba camino a ser rechazado.
Detrás de ambas encrucijadas, que son simultáneas -la de la OEA y la de Unasur-, se percibe una misma tensión, no resuelta. La que tiene que ver con dos visiones muy distintas de liderazgo regional.
Una, cargada intensamente con tonos ideológicos, con una conocida retórica, llena de militarismo y proclive a la intemperancia: la de Venezuela, que no excluye la confrontación. Otra muy diferente. Más prudente. La que adoptan Brasil y Chile, que cautamente se abrazan al respeto como actitud, mientras promueven exitosamente un desarrollo multidimensional, productivo y abierto. Brasil pugna, además, por ser referente; en la región y más allá de ella. Como Chile, sabe que el mundo no se mueve a empellones. Cree, además, que conforma un desafío lleno de oportunidades aprovechables. Brasil y Chile postulan -y viven- el pluralismo. Prefieren articular los objetivos del Estado como mandatarios y no como mandantes. Escuchando a todos, también al sector privado. Sin silenciar a la oposición o demonizar el disenso. Enhebrando pacientemente los consensos, en lugar de imponerlos de cualquier manera. Empeñados en construir, en lugar de demoler. Capaces de mirar hacia adelante y proponer visiones (no sueños) comunes.
Las dos propuestas para enfrentar unidos las encrucijadas son distintas. Quizás, alternativas. En sustancia, y en las formas. Si ambas se neutralizan, ninguna de las instituciones regionales podrá cumplir adecuadamente su cometido. Y entonces los riesgos de la confrontación, que según algunos amanece, podrían amenazar la paz en la región. Ese es el peligro.
El autor fue embajador argentino ante las Naciones Unidas.
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