Vistas de página en total

domingo, 27 de noviembre de 2011

Carlos Mesa se refiere al estatismo mal planteado en área energética, supernumerarios y baja productividad. rentismo, desarrollismo clara ausencia de normas medioambientales caracterizan un fracaso de una "economía socialista"

El Gobierno enfrenta un serio problema en el área de la economía; la imposibilidad de salirse del esquema de libre mercado, capitalismo y mercantilismo precapitalista de buena parte de nuestra sociedad. 
La primera evidencia es que ni hay propuestas ni posibilidades de pasar de una economía capitalista de libre mercado a una economía socialista. Las medidas de nacionalización fueron erradas en los casos más radicales (electricidad, telecomunicaciones, por ejemplo), generando conflictos y arbitrajes internacionales en los que Bolivia puede perder más de lo que nacionalizó, y lo peor es que esas empresas nacionalizadas, particularmente las eléctricas, entraron inmediatamente en problemas de incompetencia técnica e ineficiencia con graves consecuencias para el consumidor. El resultado de la “guerra del agua” en Cochabamba, y la salida de Aguas del Illimani en La Paz y El Alto (de la que, reconozco, soy responsable) devino en una pésima gestión, ineficiencia, ninguna bajada de tarifas y problemas serios en la provisión elemental de agua en las tres ciudades “beneficiadas” de las “conquistas” de la política en las calles deificadas a nivel internacional (recuérdese, como ejemplo, la película “También la lluvia”).
En este campo la experiencia más penosa y lamentable es la falsa nacionalización de los hidrocarburos. Ya todos sabemos que ninguna empresa fue tocada, que las transnacionales controlan pozos y plantas. Lo dramático es que el nivel de inversiones desde la “nacionalización” es ridículo, se ha hecho poco o nada en exploración y explotación, sobre todo en la búsqueda de líquidos. La producción de gasolina y diesel está en permanente declive, el GLP está estancado cuando la demanda sube. En suma, un descalabro de proporciones tales que el Banco Central ha destinado ya más de 2.000 millones de dólares de nuestras reservas internacionales para intentar reflotar a YPFB, mientras el TGN se desangra por las subvenciones y el Presidente se rompe la cabeza para intentar convencer a la población de que es necesario un gasolinazo “neoliberal” para salvar el agujero negro.
A este escenario se suma el síndrome Tipnis que, entre otras muchas connotaciones, refleja el espíritu desarrollista clásico del Gobierno, atrapado en la lógica tradicional del progreso acuñada a fines de los años 50 del siglo pasado. Se trata de una incomprensión esencial y de una inercia muy peligrosa. Ante la falta de ideas para modificar el paradigma de desarrollo y el modelo económico heredado, el Gobierno prefiere continuar con lo seguro a corto plazo, la rentabilidad de hoy sin importar los riesgos de mañana.
La extraordinaria y excepcional bonanza económica que ha vivido América del Sur y Bolivia en particular (la más significativa de toda nuestra historia republicana) en el periodo 2005-2011, ha generado dos consecuencias. La primera, le ha permitido al Gobierno aplicar su proyecto político y su nueva Constitución, garantizando que la popularidad inicial del Presidente no se vea demasiado erosionada por problemas económicos, que en buena medida se llevaron por delante al modelo democrático anterior. Es útil recordar que Bolivia vivió una de sus peores recesiones en décadas en el periodo 1998-2004. La segunda, confundir fondo y forma, el alza espectacular de precios de nuestras materias primas ha disfrazado los problemas de eficiencia y productividad, y la necesidad de diversificación.
Bolivia, que en la década “neoliberal” de los años 90, comenzaba un proceso de diversificación económica dependiendo menos de gas y minerales, ha vuelto a ese círculo vicioso retrocediendo muchísimo en la búsqueda de opciones para productos no tradicionales, particularmente aquellos con valor agregado.
La reducción del tamaño de nuestra empresa privada productiva es francamente alarmante, y el Gobierno no ha desarrollado ninguna política de incentivos en esa dirección. Paradójicamente, los grandes ganadores de estos años de “socialismo comunitario”, son los bancos. El sistema financiero ha vivido el mejor momento de su historia. El impuesto adicional a sus utilidades que se ha anunciado, responde a algo tan simple como dramático, el intento de cubrir el citado agujero negro del TGN, pero —el Ministro de Hacienda lo sabe— es sólo un paliativo.
Lo que no hay es modelo económico. Lo que hay es: “neoliberalismo” en macroeconomía. Estatismo mal planteado, particularmente en el área energética, al que se suma un desmesurado crecimiento de la planta de trabajadores inversamente proporcional al incremento de costos y baja productividad (Huanuni, YPFB). Rentismo extractivista como en los peores tiempos coloniales. Desarrollismo transformado en mito de progreso. Carencia total de políticas medioambientales. Incomprensión de lo que se debe entender por desarrollo sostenible. Finalmente, medidas económicas que responden a las presiones políticas de los sectores afines al Gobierno, caso de los autos “chutos” y del Tipnis.
Podremos discutir los cambios simbólicos, la jerarquización indígena, las luces y sombras de la nueva Constitución, pero lo que no se puede discutir es que el modelo económico es un gran fiasco.

El autor fue Presidente de la República
http://carlosdmesa.com/

No hay comentarios: