Son incontables los intelectuales bolivianos de la explosión social de 1952 que se ocuparon, aunque en forma episódica, de la cuestión nacional. La Revolución y el auge de masas movilizadas, también estuvieron pertrechadas de consignas, de mística iconoclasta: nacionalización minera, reforma agraria, voto universal, diversificación de la economía, configuración de categorías políticas a las que los intelectuales de izquierda (de varios pelajes) se esmeraron en dotar de contenido doctrinal, de consistencia ideológica y de fuerza argumental que trascienda al Estado, a la legislación y a la praxis vital de la nueva emergencia popular. Tampoco faltaron intelectuales epígonos de esas transformaciones que explayaron argumentos críticos.
Son hombres de pensamiento y acción como Paz Estenssoro, Cuadros Quiroga, Ñuflo Chávez, Méndez Tejada, Ayala Mercado, Morales Guillén, Guzmán Galarza, Fernando y Mariano Baptista, Raúl Alfonso García, Fellmann Velarde, Carlos Serrate, Jacobo Libermann y otros que hacen de la izquierda intelectual un caso inédito y fecundo. Escritores, como Augusto Céspedes, abren derroteros y contenidos para la comprensión de la historia, o el agrarista impenitente Luís Antezana, cuyo aporte fue y sigue siendo notable. Todos avanzan con las explicaciones analíticas del proceso abierto en 1952. Su presencia en un escenario donde la nación se polariza y el empuje de las nuevas clases sociales trastocó radicalmente al Estado, a la sociedad en sus élites y sus anclajes.
Estos intelectuales del “medio siglo”, como solía denominar a los hombres y mujeres de su promoción Mario Guzmán Galarza, cumplen una función crucial aunque siempre insuficiente frente a la “Revolución en marcha”. La intelligentzia nativa desempeña un papel aún más amplio por el hecho de que pensadores, profesionales, escritores, artistas y maestros universitarios que si bien no pertenecieron en su totalidad al MNR contribuyeron a esta reflexión desgarradora de la Bolivia revolucionaria y en ebullición y avanzaron hacia el desbroce conceptual de la cuestión nacional.
Además son conscientes que deben sustituir a alguien o algo. Escriben, hablan, defienden, sentencian al viejo orden patiñista derrotado y contribuyen a la creación de nuevas instituciones. La Central Obrera Boliviana, en cuyo afán se destacan Juan Lechín, Emilio Carvajal, Mario Torrez, Germán Butrón, Franco Guachalla, Edwin Moller, Abel Ayoroa, Noel Vásquez, Alberto Jara, José Luís Harb. Todos ellos genuinos y sólidos luchadores en las ideas, en la práctica huelguística y en la estrategia política del “Sexenio” (1946–52), que culminó con la apertura moderna de la Revolución Nacional. Ellos estructuran la central sindical, lo cual, pese a sus maximalismos teóricos provenientes de la sectaria “Tesis de Pulacayo”, constituye un inequívoco paradigma.
Esta simbiosis entre pensadores críticos y obreros genuinos, entre escritores, periodistas y mujeres convirtió a esta generación de revolucionarios en los hacedores de una práctica política para la construcción de la Nación.
Captan con fuerza esa aspiración popular de saberse representados en sus gobernantes. Se abre una “era de las masas” (Víctor Paz), una nueva expresión de la democracia directa que abate las anticuadas teorías de la democracia oligárquica y se “siente” que el poder está en el pueblo y es del pueblo. La movilización de masas expresa una radical e irreversible apertura de la Democracia y una firme conciencia de la materialización concreta del principio de la “alianza de clases”. O sea la trayectoria doctrinaria y práctica de la cuestión nacional en sus vertientes espirituales y sociológicas más profundas e inéditas.
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