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viernes, 23 de julio de 2010

profundas reflexiones en torno a nuestra democracia formula Jaime Paz Ex-presidente no sin cierta remota esperanza de enderezar el rumbo

En un ensayo sobre la Civilización Occidental escrito a inicios de los treinta, Bertrand Russell señalaba: “ante todo, ¿qué es civilización? Su primer carácter esencial, diría yo, es la previsión“.

imageJaime Paz Zamora*

Esta afirmación viene a cuento entre nosotros porque la democracia es una civilización que los bolivianos estamos empeñados en construir como la base de un proyecto nacional de largo aliento, y porque una vez más, no es la primera, a medio camino de nuestro empeño experimentamos un sentimiento de incertidumbre e inseguridad semejante a la imprevisión.

Lo vivimos ya de 1978 hasta bien entrado el año 85, con nueve presidentes, cuatro golpes de estado, una hiperinflación galopante, un presidente raptado, seguido de un acortamiento de mandato presidencial. La previsión era imposible. Pero bueno, eran los inicios en los que la preocupación se dirigía a contrarrestar a los pocos estamentos de choque directamente antidemocráticos y al mundo político tradicional, de cultura golpista habituado a entrar y salir de palacio a tiros y para el que la democracia que se proponía solo podía ser aceptada en la medida en que sirviera a sus objetivos.

Eso fue el pasado. Hoy el desafío proviene de otro lado, de los sectores extremos tanto del marxismo decimonónico que resistió a la democracia como sistema por considerarla burguesa e imperialista, cuanto del indigenismo retro que la rechaza como parte de la cultura occidental y neocolonial, los mismos que ante la indetenible yentusiasta participación del pueblo boliviano en el proyecto democrático decidieron incorporarse y actuar dentro de él. De esos sectores provenían el liderato y las estructuras centrales del poder político que se instaló a partir del masivo triunfo electoral del 2005 aupado por movimientos sociales que exigían del proceso democrático debilitado por sucesivos desgobiernos, más bienestar, participación, igualdad y desarrollo.

Hasta ahí todo bien. Aún más, yo diría que lo acontecido entonces fue la mejor prueba de que el rumbo tomado hace treinta años era correcto, que el cambio en democracia era posible, que la institucionalidad funcionaba, que el sistema comenzaba a ser previsible, y que más allá de vicios y debilidades, podía renovarse desde dentro, ser plural e incluyente.

Pero luego vino lo que hoy ya todos conocemos. Bajo el postulado de inaugurar una época de cambios se empezó a desconocer que la instauración de la democracia representaba el gran cambio de época de nuestra historia contemporánea y que cualquier intento de hacer algo al margen de ella devendría en daños casi irreversibles para la nación. Se instaló una especie de jacobinismo que condenaba todo el pasado como malo, así en bloque; y al impulso de “ideologías regresivas” se hizo de la refundación del país y de la democracia una necesidad perentoria que nos llevó a la Asamblea Constituyente y de allí al Estado Plurinacional y a las actuales leyes reglamentarias que por el modo cómo se generan mas allá de la liturgia parlamentaria, empiezan a semejarse a los decretos leyes del pasado. Todo esto en el contexto de tentaciones autoritarias y tendencias centralistas que parecen orientarse en la lógica de pensamiento único que conocimos en el neoliberalismo, y de hostigamiento a todo lo que pueda significar desarrollo de pensamiento crítico.

Po tanto, una vez más en la relativa corta historia del proceso democrático boliviano se empiezan a configurar los perfiles de democracia no previsible con las inevitables consecuencias de incertidumbre e inseguridad ciudadanas, pues cunde el sentimiento de desconfianza y temor de que “cualquier cosa puede pasar, en cualquier parte y en cualquier momento” al margen de las previsiones y garantías necesarias, con las consecuencias negativas para la siempre delicada trama de la cohesión social ya de hecho debilitada por múltiples razones sociales, culturales, regionales, políticas y económicas.

Sin embargo, debo confesarlo, confío en que existen en el propio gobierno, en su máximo liderato y en sus estructuras intermedias la suficiente energía y buena fe política para las urgentes y necesarias rectificaciones que sin mellar en modo alguno los ideales de igualdad y los objetivos de potenciamiento del Estado Plurinacional y Autonómico, le permitan retomar el rol de catalizador de la esperanza con el que nació el año 2006.

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