El Evo de aquel entonces ya no es el mismo
Coherente con su ya compulsiva costumbre, el Presidente ha decidido subirse al avión en un intento desesperado de emular la exitosa travesía internacional que hace dos años precedió su histórico ascenso al poder como jefe de Estado. Sin embargo, el mundo constatará que el Evo de ese entonces ya no es el mismo, como tampoco lo son el país ni la sociedad boliviana. La corriente democratizadora e incluyente que anunciaba mejores días se desvaneció en la estridencia del discurso y las anécdotas que suman resentimientos. Más dividida, Bolivia vive conflictos comprensibles, lastimosamente sobredimensionados al carecer del estadista y conductor del mencionado cambio. El Presidente inició su periplo no sin antes arengar a sus más fieles para tensionar el país enfrentando a las regiones que apuestan por un Estado autonómico, regiones que intentan neutralizar la ofensiva y la torpeza del Gobierno central. Olvidando la premisa leninista de que a las “masas se las conduce y no se las obedece”, y para sellar su lealtad con la lógica del conflicto desde las calles, terminó formalizando la conminatoria al Parlamento para que acelere el llamado a los referéndums, ‘dirimitorio’ y ratificatorio, de una propuesta constitucional maltrecha y cada vez más cuestionada. Lo curioso es que los movimientos del ‘cerco’ son apenas una fracción minoritaria (cada vez menos efectiva) del conjunto de bolivianos que le confiaron su voto, siendo probable que el apoyo a la propuesta del MAS sea débil y derrotada, o, en el mejor de los casos para él, un trofeo con pedestal de barro. En política, como en el cacho, se ve lo que se anota. El Presidente se fue, dejando al Parlamento y a su Vicepresidente con mal pie para arrancar con un diálogo presionado gracias a su doble discurso y al impacto de las urgencias naturales. El escenario congresal y político es por hoy el último para hacer un pacto que demanda la mayoría y eluden los extremos minoritarios. El Presidente deja a un país angustiado por una escalada de precios que anuncian un año inflacionario. Los otrora discursos encendidos de la ‘guerra del y por el gas’ encuentran a una Bolivia ‘desgasificada’ e incapaz de honrar compromisos internacionales y dar el energético requerido a sus propios ciudadanos. La ‘guerra del agua’ en su versión paceña demuestra la incapacidad de las empresas públicas cuando de prestación de servicios básicos se trata y cuando el eslogan ‘agua para todos’ naufraga. La Asamblea Constituyente dio como resultado una propuesta inaplicable, contradictoria y publicitada como panacea. Tras el entusiasmo suscitado por un frondoso catálogo de derechos, más parece que consolidará la ‘constitucionalización’ de una nueva forma de segregación y exclusión étnico-cultural. La acusación persistente y la guerra anunciada contra los empresarios ‘especuladores y conspiradores’ terminan en el lamentable estancamiento y la ‘inviabilización’ de la política de seguridad alimentaria y del aparato productivo. A excepción de los cocales que crecen sin obstáculos ni estigmatización oficial, no hay sector productivo que invierta y crezca como debiera. ¿Cómo explicará el Presidente ante el mundo este desbarajuste en el mejor momento para la economía nacional? ¿Se debe continuar con el guión de víctima de una oligarquía de 500 años que reivindica para redimir las culpas y alimentar el exotismo de algunos de sus amigos en el exterior? ¿Qué buenas noticias le dará al mundo? ¿La moda y el nuevo ‘look’ presidencial? O que, pese a todo, siguen siendo la coca y las remesas del exterior los únicos ingresos sostenibles y predecibles en una Bolivia que prometió cambios para vivir bien.
* Politóloga y psicóloga, erikabrockmann@yahoo.com.mx
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