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domingo, 21 de octubre de 2012

sale Carlos Mesa del plano estrictamente político y se mete en el intríngulis de la administración evista analizando el importante rol de la Planificación en un Gobierno muy dependiente de su presidente


El Ministerio de Planificación no juega el papel fundamental que debiera, lo que se traduce en un estancamiento dramático de las políticas productivas, un déficit de gestión y el fracaso de proyectos cruciales para el país como el del hierro y el litio. De nada vale contar con una Ministra sensata y con claridad de ideas, si el Ministerio que dirige carece de las alas que requiere para volar
El 22 de agosto de 1963 el presidente Paz Estenssoro creó el ministerio de Planeamiento, cuyo primer titular fue Roberto Jordán Pando. Coincidía con la puesta en marcha del llamado “Plan Decenal”, el primer esfuerzo por definir las líneas maestras de las políticas económicas del Estado boliviano mirando 10 años adelante. Para poder hacerlas efectivas Paz pensó correctamente que se necesitaba un ministerio que ejerciera liderazgo y coordinara tareas con los ministerios del área económica, para hacer efectivo y viable un programa estatal de largo plazo. 
El Ministerio de Planeamiento llevó adelante ese rol a lo largo de 30 años, y marcó con claridad la importancia de la orientación general de las políticas de desarrollo del país. 
Irónicamente, fue el presidente Sánchez de Lozada, que había sido ministro de Planeamiento de Paz Estenssoro (1986-1988), quien eliminó esa cartera para crear en cambio tres “superministerios”: Hacienda y Desarrollo Económico, Desarrollo Humano y Desarrollo Sostenible. La lógica de este nuevo mecanismo nunca se pudo probar porque esos ministerios estuvieron demasiado sujetos a la personalidad de los ministros, pero sobre todo porque el presidente Banzer destruyó ese esquema en 1997 sin dar tiempo a que el modelo de sólo 10 ministerios con el liderazgo de tres, demostrase sus virtudes y defectos. 
Cuando llegué a la presidencia enfrenté una tensión muy clara entre la lógica del Ministerio de Hacienda y la del de Desarrollo Económico, aguda por la grave recesión económica que aún sufríamos y el alto déficit fiscal que heredamos. La contradicción mayor era tener el Viceministerio de Inversión Pública bajo el mando de Hacienda. Esto cortaba los brazos a Desarrollo Económico y su visión productiva basada en la inversión. La tarea del Ministro de Hacienda —lograr el equilibrio fiscal— bloqueaba las opciones de un programa económico de recuperación productiva y estrategias de dinamización que interpretaba sólo como gasto. Al tener en la mano las decisiones sobre la inversión, era muy difícil llevar adelante nuestro ambicioso programa de febrero de 2004. Adicionalmente, me quedó claro que se necesitaba recuperar una banca estatal de fomento. Hacienda subrayaba el trauma de bancos de fomento que dilapidaron en el pasado importantísimos recursos fiscales. No era argumento suficiente. Una nueva banca de desarrollo era y es un imperativo nacional. 
Enfrenté dos problemas. El primero, la hostilidad del Congreso que me hubiese bloqueado un proyecto de ley para modificar la estructura del Ejecutivo, y el segundo, la prioridad de la austeridad y la recuperación del equilibrio macroeconómico. Entendí que la reducción del déficit bien valía una misa. El resultado final fue la reducción del déficit fiscal de 8,1 (oct. 2003) a 2,8 (junio 2005) y el comienzo de una razonable curva de recuperación productiva. 
Cuando el 22 de enero de 2006 el presidente Morales recuperó el Ministerio de Planeamiento, hizo lo correcto, sobre todo tratándose de un gobierno que volvía a concebir un rol dominante del Estado en el manejo de la economía. Sin embargo, los hechos no fueron de la mano. Viviana Caro es, qué duda cabe, una de las mejores y más inteligentes ministras de Morales, pero su influencia como cabeza de la planificación estatal es limitada. Los objetivos de su Ministerio son: ser “rector de la planificación integral, inversión y financiamiento; con la misión de garantizar el cumplimiento del Plan de Desarrollo Económico y Social”. El problema es que las tareas encargadas no están respaldadas por los instrumentos para cumplirlas. Lo más importante es que el Ministerio sea realmente cabeza del área económica con capacidad de liderazgo y de coordinación. En los hechos esto no ocurre por tres razones. La primera, la personalidad del Primer Mandatario que no cede capacidad real de decisión a la mayor parte de su gabinete, y en particular a Planificación. La segunda, el liderazgo de la política económica productiva, sobre todo en las grandes negociaciones internacionales, ha estado en manos de la Vicepresidencia, a partir de las nuevas atribuciones que la Constitución le da como parte del Poder Ejecutivo (art. 174. 4) de “coadyuvar con el (la) Presidente (a) en la dirección de la política general del gobierno”. La tercera, en los hechos el Ministerio de Finanzas sigue cumpliendo el mismo rol que cumplía en los gobiernos anteriores, esto es, ser rector y cabeza del sector económico. Es en realidad el Ministerio no político más poderoso del Gobierno. 
Por eso el Ministerio de Planificación no juega el papel fundamental que debiera, lo que se traduce en un estancamiento dramático de las políticas productivas, un déficit de gestión y el fracaso de proyectos cruciales para el país como el del hierro y el litio. De nada vale contar con una Ministra sensata y con claridad de ideas, si el Ministerio que dirige carece de las alas que requiere para volar. 

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