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miércoles, 24 de octubre de 2012

Juan Francisco Gonzáles Urgel escribe un invalorable documento acerca de la coca, el aculliko, la cocaína y la mentira. de colección.



“Cuentan que, durante la Revolución Francesa, Reveillère Lépaux, uno de los jefes de la República, quien había asistido al saqueo de iglesias y la matanza de sacerdotes, se dijo a sí mismo: “Ha llegado la hora de reemplazar a Cristo. Voy a fundar una religión enteramente nueva y de acuerdo con el progreso”.
Pero el intento no funcionó. Al cabo de unos meses, el «inventor» acudió desconsolado ante (Napoleón) Bonaparte, ya Primer Cónsul, y le dijo:
– ¿Lo creeréis, señor? Mi religión es preciosa, pero no arraiga entre el pueblo.
Respondió Bonaparte:
– Ciudadano colega, ¿tenéis seriamente la intención de hacer la competencia a Jesucristo? No hay más que un medio; haced lo que Él hizo: que os crucifiquen un viernes, y tratad de resucitar el domingo siguiente. (A. Hillaire, “La religión demostrada”).”
Una vez más el Canciller Choquehuanca retorna de sus periplos por el mundo tratando de convencer que la hoja de coca sirve para alimentar infantes. Al parecer, nuestro Canciller no se ha enterado que la Organización Mundial de la Salud es quien elabora las listas de sustancias prohibidas que contiene la Convención Única de Naciones Unidas Sobre Estupefacientes de 1961, enmendada por el protocolo de Nueva York, en 1972, y -también a recomendación de la OMS- dicha Convención establece que el uso y cultivo de la coca deberían desaparecer una vez cumplidos los 25 años de su vigencia (el Estado Plurinacional se retiró con las intenciones de volver desde fojas cero).
¡Cómo nos alegraríamos los bolivianos si tales esfuerzos diplomáticos estuvieran dirigidos a promover mercados para la soya, el maíz, el azúcar, la carne y otros productos sujetos ahora a permanentes cortapisas! Sin embargo, la construcción de la mitología oficial trata de convencer a propios y extraños que Bolivia nació con la subida al poder de Evo Morales y la savia que irriga las venas del Estado Plurinacional está hecha de “bico” y coca.
Tras su “revolcón histórico” en El Alto, Carlos Mesa se dejó arrancar el “cato por familia” y ahora, los hijos de quienes bloqueaban al país inmisericordemente reclaman su propia parcela. El gobierno gasta millonarias cifras en promover los logros de la erradicación; oculta la extensión de las áreas resembradas simultáneamente, y pasa por alto una superficie tres veces mayor a las 12.000 hectáreas contempladas en la ley 1008. Los cocales han invadido los Parques Naturales Carrasco e Isibóro Sécure; devastaron casi completamente la Reserva Forestal El Chore; incursionaron en el Parque Amboró y se ampliaron hacia Yapacaní y zonas aledañas. Entretanto, un estudio para establecer la demanda real de la masticación de la hoja de coca duerme desde mediados de 2002, acunada y ahora protegida por la Nueva C.P.E. (Plurinacional): “SECCIÓN II. COCA. Art. 384: El Estado protege a la coca originaria y ancestral como patrimonio cultural, recurso natural renovable de la biodiversidad de Bolivia y como factor de cohesión social; en su estado natural no es estupefaciente…”.
¿A qué viene todo este preámbulo?
La Convención Única de Naciones Unidas Sobre Estupefacientes define en su Artículo 1º: “e) Por “arbusto de coca” se entiende la planta de cualesquiera especies del género Erythroxilon f) Por “hoja de coca” se entiende la hoja del arbusto de coca, salvo las hojas de las que se haya extraído toda la ecgonina, la cocaína o cualesquiera otros alcaloides de ecgonina”.
Pese a quien pese, la hoja de coca es materia prima insustituible de la cocaína y ésta, fuente del narcotráfico que sume de miseria y muerte a millones de hogares y seres humanos en el mundo y -a pesar del texto constitucional- en el Chapare, Yungas y los territorios invadido por los cocales no se producen hojas de coca “de las que se haya extraído toda la ecgonina, la cocaína o cualesquiera otros alcaloides de ecgonina”.
Ante tal abundancia, la industria del narcotráfico se frota las manos.
Brasil, en puertas a la realización del Mundial de Fútbol de 2014 y posteriores Juegos Olímpicos de 2016, ha puesto el acelerador para combatir el flujo de cocaína desde Bolivia hacia las favelas de Rio de Janeiro, San Pablo y los territorios vecinos a la frontera gestionados por grandes inversionistas que mejoran el rendimiento de la materia prima; sofistican su transporte; convierten el sulfato base en clorhidrato; inyectan capitales de operación; administran y reclutan personal y desarrollan líneas internacionales de exportación, a despecho de los Ministros bolivianos quienes juran y perjuran que los cárteles internacionales no existen en territorio nacional.
El gigante amazónico, apurado por la inseguridad ciudadana que amenaza con echar al traste sus esfuerzos deportivos, ofrece cada vez más perentoriamente, su apoyo para combatir el narcotráfico mientras observa incómodo que en los “laboratorios” de San Julián, San Germán o Yapacaní sólo aparecen dos o tres despistados “masca- coca” cuyos cerebros embotados apenas recuerdan sus propios nombres.
¡De los cárteles, jefes y peces gordos, ni una huella y el Chapare no se toca!
En cambio, se ensayan estentóreas incursiones en los colegios y escuelas para “descubrir” las redes del microtráfico que tiene sus tentáculos desplegados en todo un entramaje de distribuidores que se topan codo a codo con los “investigadores”. ¿Y las escuelas rurales? ¿Quién protege a niños y jóvenes, vecinos de los nuevos propietarios de tierras donde se instalan laboratorios de cristalización?
Frente a las instalaciones de la Gobernación de Santa Cruz, una señora canasta en mano reparte clefa y pitillos a vista y paciencia de los transeúntes. Cerca a cada boliche se venden sobrecitos de diversos precios. En Santa Cruz de la Sierra, individuos con acento vallenato recorren el Tercero, Cuarto y Quinto Anillos para realizar los cobros y engrosar el flujo de cocadólares en la gran lavadora de dinero del contrabando y el comercio informal también constituido por los mercados populares. La industria de la construcción del Chapare crece a pasos gigantescos; en las calles de sus pequeñas poblaciones circulan vehículos de lujo, y asoman antenas parabólicas de los techos sin que tal bonanza tenga correlato con alguna producción industrial, agrícola o de servicios que explique el “boom” del “nuevorriquismo”.
A estas alturas muchos sospechan que los brasileños están a un tris de intervenir directamente en los operativos de interdicción, instalar sus propios sistemas de inteligencia e investigación, garantizar la probidad de jueces y fiscales antidrogas, e invertir recursos económicos para mejorar los sueldos de los funcionarios policiales y judiciales bolivianos ¿alguna semejanza con el pasado?
Entretanto, el gobierno, fiel a los diseños políticos de su “ruta crítica” persiste en acabar con la economía del país que proporciona la mayor cantidad de empleos formales (Santa Cruz), para dar paso un Estado Empleador que secuestre los estómagos ciudadanos con “bonos por votos” en los años electorales que se avecinan. ¿Alcanzará la renta del gas? ¿Habrá otra industria capaz de cubrir las demandas del Socialismo del Siglo XXI que en el caso venezolano lleva consumidos más de setecientos mil millones de dólares?
En lo económico, el gobierno tiene proyectadas en El Chapare, zona cocalera, una planta de urea (abono usado en la agricultura), una fábrica de papel y cartón, una industria láctea, un aeropuerto internacional y una carretera (TIPNIS) que le unirá con la frontera brasileña atravesando el dos veces protegido Territorio Indígena y Parque Natural.
Cosas veredes, Sancho. Ahora nos regalan la Ley de la Madre Tierra cuyo Artículo 7. (DERECHOS DE LA MADRE TIERRA) dice textualmente: I. La Madre Tierra tiene los siguientes derechos: 2. A la diversidad de la vida: Es el derecho a la preservación de la diferenciación y la variedad de los seres que componen la Madre Tierra, sin ser alterados genéticamente ni modificados en su estructura de manera artificial…” Así, la nueva ley -un instrumento más para restar competitividad a la agroindustria cruceña- echa por la borda las esperanzas de que, las hojas de coca, manipulación genética de por medio, puedan ser producidas según estipula la Convención Única de Naciones Unidas sobre Estupefacientes: “de las que se haya extraído toda la ecgonina, la cocaína o cualesquiera otros alcaloides de ecgonina”, y de paso para cumplir con lo proclamado por la C.P.E.: “en su estado natural no es estupefaciente…”
El mundo debe conocer que los bolivianos y bolivianas estamos tan o más confundidos que quienes leen estas señales contradictorias; que somos víctimas -hasta ahora silenciosos- del narcotráfico que parece campearse en medio de una sociedad cómplice. Las redes sociales están todavía abiertas a todos. Expresemos nuestra repulsa mientras sea posible y si alguien se siente “insultado” porque no estamos de acuerdo con el narcotráfico, esperemos que sean sólo aquellos cuyos intereses se vean afectados. Los encargados de combatirlo, que se hagan eco de lo que recomienda Bonaparte a Reveillère Lépaux.

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