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domingo, 16 de septiembre de 2012

más que político, el texto tiene esencia histórica cuando Carlos Mesa se refiere a la boda más sonada del proceso de cambio, para salir de la chúlla (impar. solo. incompleto) y la ropa de élite luciendo el color de la piel porcelana en Tiahuanacu


El peligro de la mirada intelectual sobre determinadas acciones del Gobierno, es leer como un ejercicio de frivolidad, o una muestra palpable de la decadencia intrínseca de un proceso, lo que es, por el contrario, el resultado de un proyecto que está estrechamente ligado a la invención de un imaginario sobre el presente y el futuro, que se una fuertemente con el pasado y seduzca a la mayoría de los bolivianos.
Los ejemplos de procesos políticos del siglo XX que buscaban su perpetuación en el tiempo son elocuentes. La Italia de Mussolini refirió toda su simbología a la grandeza del Imperio Romano. La Rusia de Stalin recuperó la imagen del zar Iván el Terrible. La Alemania de Hitler ancló sus lazos con el pasado en la mitología nórdica. La España de Franco buscó la recuperación de la grandeza imperial española en los reyes católicos, el emperador Carlos V y el rey Felipe II.
El Gobierno del presidente Morales ató su legitimidad como primer gobernante indígena de Bolivia a una cultura y a un lugar específico, el complejo arqueológico de Tiahuanacu. Su entronización en el templo de Kalasasaya el 21 de enero de 2006, fue el vínculo “fundacional” y simbólico con la grandeza prehispánica de los ancestros de Bolivia.
Como ocurre con frecuencia, la necesidad política no coincide con la verdad histórica. El rigor y la mayor precisión posible en la interpretación del pasado no es un tema que preocupe demasiado a quienes han decidido hacer de Tiahuanacu la cuna del Estado Republicano Plurinacional. La primera premisa que quiere imponer el Gobierno es que Tiahuanacu y cultura aymara son una sola cosa. De manera explícita, además, los gobernantes han hecho a un lado toda referencia al pasado inca (cultura quechua). A fin de cuentas los incas conquistaron y sojuzgaron el Collao, la Confederación Charca y penetraron de manera muy significativa en el norte y el este de nuestro actual territorio. Valga el paréntesis para decir que lo que piensen los bolivianos del oriente sobre este imaginario tampoco desvela a los ideólogos del MAS. Cuzco, el ombligo del mundo andino, está en territorio peruano; incas y Perú son un sinónimo. De ese modo los incas quedan fuera del cuadro. 
Las investigaciones que han hecho hasta hoy arqueólogos, antropólogos e historiadores, coinciden en que hay un vacío entre el fin de Tiahuanacu y la aparición de los denominados señoríos collas (los aymaras) en el área de influencia del lago Titicaca. Si bien ambos pueblos se desarrollaron en torno al Lago Sagrado, hay varias preguntas en torno a la lengua y los testimonios materiales de ambas culturas. Las crónicas afirman que el idioma de los tiahuanacotas era el puquina, no el aymara. Los vestigios de una y otra cultura son formal y cualitativamente muy distintos, y no hay hasta hoy una prueba contundente que demuestre un nexo directo entre ambas. Tiahuanacu comenzó a declinar en el siglo X y desapareció entre el XI y el comienzo del XII. Los señoríos collas aparecieron en el siglo XIII y se enfrentaron a la invasión incaica en el XIV.
Pero, como se sabe, no es fácil que el trabajo académico riguroso y responsable llegue al conjunto de la población. En cambio, es extraordinariamente impactante y vale mucho más que mil libros, un par de horas de televisión que muestren la fastuosa boda del Vicepresidente del Estado, ataviado con la tenida que impuso con tanta sagacidad el presidente Morales (diseño original de la modista de las élites Beatriz Canedo Patiño), con una joven y glamorosa presentadora de televisión vestida por un modisto francés con un bello traje inspirado en los dibujos de Guamán Poma de Ayala (quintaesencia del cronista indígena quechua de origen inca). La ceremonia, definida como “ancestral”, desarrolló una aparatosa simbología neoandina en la que se incluyó el agua y una balsa de totora donde los recién casados sellaron su unidad matrimonial.
No fue el capricho de quien ha perdido la brújula de sus orígenes ideológicos, no; fue el remate de algo que se echaba en falta en los dos primeros mandatarios, romper la idea del “chulla” y recuperar el concepto de la pareja como complementariedad. A ello se sumó además un ritual —inventado en su mayor parte— que fortalece la cuestión simbólica. El Estado Republicano Plurinacional tiene ahora su centro mítico, su líder que cumple la profecía del mártir Tupac Katari, su bandera que recoge los colores del arco iris y su pareja de príncipes andinos. El círculo se ha cerrado.
Que toda esta parafernalia sea una afirmación radicalmente aymara, y que los recién casados tengan rasgos físicos occidentales, especialmente en la piel de porcelana de la novia, no parece haber marcado dificultad alguna para cientos de miles de televidentes aymaras, quechuas y mestizos, que siguieron fascinados el desarrollo de la boda más sonada del “proceso de cambio”.

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