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domingo, 19 de junio de 2011

respaldo al contrabando. blanqueo de robos. déficit en combustibles. niveles de impureza en el aire. prisionero de su propio poder el MAS enfrentado al MAS. Carlos Mesa describe el cuadro gubernamental

La aprobación de una ley que autoriza la internación al país de lo que todos conocemos como autos “chutos”, parece ser un nuevo punto de inflexión en el camino cada día más errático del Gobierno.
No se trata sólo de hacer una reflexión en torno a lo evidente. La mencionada medida respalda el contrabando y facilita el blanqueo del robo de vehículos y algunas operaciones de narcotráfico. Llega en un momento en el que nuestro parque automotor está llevando al colapso el tráfico vehicular en nuestras principales ciudades. Afrontamos un creciente déficit de provisión de carburantes y consecuentemente un desangramiento del Tesoro General de la Nación (mucho más alto que el del 2010) para importar los combustibles que requerimos. La subvención de los precios de gasolina y diesel es otro componente más que presiona sobre un TGN que debe encarar, después del tiempo de las vacas gordas, el horizonte de un déficit fiscal significativo. Los niveles de contaminación de los automotores que ingresan son altos y se sumarán a los ya existentes. Los niveles vergonzosos de inseguridad en el tránsito vehicular, de los más altos de la región, cobran incesantemente vidas bolivianas.
Se trata además de leer lo que la ley realmente revela. Si recordamos que el propio Gobierno, consecuente con su retórica ideológica, prohibió esta internación en un pasado relativamente reciente, el giro de 180 grados que ha dado tiene que ver con algo muy grave. La negociación espuria en el seno del MAS y de los movimientos sociales que le son afines. La respuesta al chantaje; “te seguimos apoyando a cambio de...”. Ese “algo a cambio” no es ya una alta cantidad de cargos a la discreción de líderes regionales, locales, sindicales y gremiales, sino simple y llanamente la vía libre para obtener beneficios directos que llegan a quienes están haciendo pingües negocios vinculados al disfrute del poder. Instalados en la cúspide de la pirámide empiezan a arrancar las parcelas que creen les corresponden. ¿Cómo? Administrando sus propios grupos de presión, garantizando estabilidad interna en el partido y externa referida a la estabilidad social, siempre y cuando las demandas por inmorales que sean queden satisfechas.
¿Por qué está ocurriendo ahora con más frecuencia y descaro? Porque el Gobierno está perdiendo poder. El descontento ciudadano aumenta, las protestas sociales se multiplican y son cada vez más violentas, desmesuradas y peligrosas. Al haberse desportillado de modo importante su legitimidad, la autoridad moral de los gobernantes está mellada.  Si bien la imagen presidencial sigue siendo un factor de contención y un referente cuya fuerza no se puede desconocer, la de sus acompañantes y la del Gobierno en general está en caída libre.
Éste es un momento en el que el importante proyecto nacional propuesto en 2006, más allá de sus graves errores de concepto y sus intrínsecas contradicciones históricas, está dando paso a una etapa terriblemente frustrante, la de la salvaguarda del poder por el poder mismo.
La primera evidencia, todavía dentro de parámetros referidos al ámbito de las ideas, fue el gasolinazo. La cruda realidad obligó al Ejecutivo a tratar de imponer sin éxito medidas de ajuste en la más ortodoxa lógica liberal para preservar el equilibrio macroeconómico. Era una rendición importante pues implicaba reconocer que, independientemente del discurso “revolucionario”, los hechos (básicamente por un pésimo manejo del sector hidrocarburos desde la “nacionalización”) obligaban a un cambio que poco tenía que ver con las premisas ultranacionalistas que impulsaron el decreto de 1° de mayo de 2006.
La segunda evidencia, la de los “chutos”, es aún más dramática, porque no responde a otra racionalidad que no sea la de contener las crecientes tensiones sociales por la vía de aceptar el chantaje, la mencionada ley, e intentar mantener cooptados a determinados sectores vitales para la estabilidad del poder vigente. Es una segunda rendición, pero ésta es una capitulación ética mostrada explícitamente a Bolivia sin maquillaje y sin anestesia.
La conclusión es muy cruda. Igual que en el pasado (piénsese en la descomposición interna del MNR en la primera mitad de los años 60 del siglo pasado), prebendalismo, clientelismo y una forma de corrupción muy peligrosa, penetran en las estructuras del partido de gobierno y en el Gobierno mismo. No sólo se debilita gravemente la bandera de la lucha contra la corrupción (que no se puede seguir disfrazando con la judicialización de la política), sino que se pierde el rumbo de lo esencial, aquellos principios por los que Morales fue elegido de manera incontestable en diciembre de 2005.
Da la impresión de que el Presidente y su Gobierno son prisioneros de los propios movimientos que los llevaron al poder. Una de las razones que quizás lo explica, es que nunca hubo una conexión real entre el mundo de las ideas de sus teóricos y las bases que los sustentaron. 
 
El autor fue Presidente de la República

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