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miércoles, 20 de julio de 2011

Karem Aráuz llama de nuevo nuestra atención con su vigorozo verbo al calificar de canallada, discriminación, humillación a la hipócrita y mentirosa conducta del Gobierno en incidente contra ninos minusválidos en Plaza Murillo

Es pueril ocultar que el proceso de selección de los postulantes a la totalidad del Órgano Judicial, pone punto final a la pretendida vocación democrática de los primeros días del gobierno plurinacional. Pocas muestras pueden ser más contundentes de un camino delimitado hacia lo totalitario y destructivo que copar la administración de justicia.

Cuando se prepara cuidadosamente el golpe definitivo al ejercicio de las libertades y el acceso a la justicia sin condiciones, tomo conocimiento de un hecho que me avergüenza como boliviana. Mientras se elaboraban las listas judiciales del bochorno en vísperas de la celebración del día de La Paz,  pasó por alto un poco mediatizado incidente a las puertas del Palacio Quemado (nunca más preciso el calificativo). Un grupo de señoras voluntarias tuvo la peregrina idea de llevar una docena de niños de capacidades diferentes, a rendir su homenaje ante el monumento a Murillo con sendos mensajes de civismo infantil y pequeños arreglos florales.

La diligente guardia policial del epicentro del poder, una vez más, hizo gala de su estúpida subordinación vergonzante al negar el acceso al reducido grupo de niños –varios en sillas de ruedas- marcando en sus semblantes incomprensión y perplejidad mientras los  llevaban por donde los habían traído. Apretando los ramos de flores en sus manitas y con sus pequeños ojos muy abiertos, observaron cómo los de las señoras se nublaban de lágrimas de incredulidad e impotencia. Mientras los asambleístas oficialistas se empachaban de vacíos enunciados de estar trabajando por una justicia que provea de igualdad e inclusión, inofensivos niños ciudadanos -a quienes se les debería brindar toda clase de protección y ayuda- eran desalojados de la Plaza Murillo en imperdonable agravio. Eso se llama discriminación, se llama humillación y se llama canallada. Ésa es señores, la más contundente muestra de la hipocresía y la mentira de los revolucionarios amantes del pueblo desposeído y postergado.

Confieso que este episodio logró mover mi centro de equilibrio pero al mismo tiempo, reforzó mi convicción que habiendo demasiados intereses bastardos, es impostergable repensar hasta dónde permitiremos que se siga incinerando lo que poseemos en el altar de este suicidio racional.
Cuando se da la alarma de una posible nueva y feroz crisis internacional - con varios países europeos al borde de la quiebra- y la economía mundial está en la cuerda floja, nuestros gobernantes, en vez de prever  la muy posible caída de los precios de nuestras exportaciones con las consecuencias dramáticas que conllevaría, están maquinando, maniobrando, persiguiendo, sembrando división, apropiándose indecentemente de lo ajeno y dejando a la legalidad y al futuro sin un resquicio de oportunidad.

Ojalá esos ciudadanos, cuyos  nombres y apellidos están en esas listas para la viciada elección de octubre y que quizá no tengan más pecado que dejarse usar por propia necesidad, pudiesen autocalificarse y admitir que ejercer una labor tan vital, solo debería ser desempeñada en base a conocimiento, conciencia e inquebrantable principio de respeto a los derechos fundamentales. De lo contrario, su gestión estará marcada por lo que es el  principio de la verdadera corrupción.

 Aceptar una responsabilidad sabiendo en conciencia no poder cumplirla, se llama deshonestidad. Es probable que ese heroico reducido grupo de asambleístas opositores que día a día intenta llamar la atención de la ciudadanía sobre el modo como se está planeando copar la administración de justicia, termine enjuiciado por promover la nulidad como alternativa a la ignominia.

Que nuestra justicia proverbialmente ha sufrido de una estigmatización tan vieja como nuestra existencia, es verdad. Es verdad que cuando los magistrados se designaban en virtud a  la negociación política en el Parlamento, surgían supremos y jueces que gozaban de la confianza de los distintos partidos políticos de cuya existencia ya nadie se acuerda. Este camino tenía al menos la virtud de que las tiendas políticas buscaban entre sus adherentes o afines, a profesionales de meritoria trayectoria y experiencia. Por otra parte, una sala de la Corte Suprema de Justicia, estaba siempre conformada por cuatro magistrados de distintas tendencias, por lo tanto, ninguno era el dueño de las decisiones colegiadas. En lo personal, he tenido la experiencia de haberme topado con supremos que enorgullecen los ámbitos de esa Corte de Justicia tan en vía a convertirse en una sede de obsecuentes al poder actual. Y eso es exactamente lo que sucederá.
Bastará tener un buen padrino masista que actuará como un todopoderoso que interponga sus buenos oficios para lograr un posible  fallo favorable.

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