Mucho apreciaría conocer el punto de vista de los intelectuales próximos al MAS o masistas sobre el comienzo de la noche de los libros quemados que sigue el ejemplo de la hoguera alimentada por ideas y reflexiones libres, con la que el nazismo reveló su verdadera naturaleza
“Nihil Obstat”. Dos palabras que eran imprescindibles en cualquier libro que saliera a la luz en el mundo católico del pasado. Era una aprobación oficial de la Iglesia que, una vez leído un libro por los representantes de la defensa de la fe, tenía la aprobación moral y de doctrina que permitía su publicación. Era, seamos breves, la censura más descarnada. Sin el “Nihil Obstat” (no hay impedimento para la publicación), ninguna obra podía ser impresa.
No tuvimos que esperar demasiado para que se les vieran los dientes a los autores de la Ley en contra del racismo y la discriminación. No contentos con la aberración de dos artículos que no son otra cosa que un atentado contra la libre expresión, se lanzan a censurar parte del patrimonio más significativo de cualquier sociedad, su creación intelectual y literaria.
El 10 de mayo de 1933, el régimen nazi llevó a cabo una gran quema de libros en una plaza de Berlín, libros que contradecían el “espíritu regenerador” del ideario nacional socialista. La pretensión de las autoridades del gobierno de Morales de sacar del currículo educativo libros que consideran “promotores del racismo” no está muy lejos de tal acción. En este contexto de intolerancia, que es una expresión lamentable de discriminación, se mencionan –era previsible-- dos obras de Alcides Arguedas y una de Antonio Díaz Villamil, lo que adelanta que la inquisición indígena comienza a parecerse mucho (siempre los extremos se tocan) a la inquisición religiosa de antaño. Prohibido pensar, prohibido decir, prohibido escribir.
En Bolivia se vende, tanto en ediciones piratas como en ediciones legales, el libro “Mi Lucha” de Adolf Hitler, como se vende en cualquier país democrático en el que reina la libertad. La obra me parece un execrable compendio de ideas delirantes, racistas y de sofismas inaceptables que, demás está decirlo, permiten comprender la locura desatada por su autor entre 1933 y 1945. A nadie se le ocurre por ello prohibir la edición del libro de marras. Ese es el secreto de una democracia, la superioridad moral que da la libertad plena. La libre circulación de ideas, por muy descabelladas que éstas sean, sólo se combate de un modo, con ideas. Eso es lo deleznable de una ley que rápidamente se convierte en el instrumento más nefasto de aquello que pretende combatir. Es la misma lógica de combatir el terrorismo con el terrorismo de Estado.
Aún suponiendo que las obras nacionales mencionadas tuvieran un contenido directa o indirectamente racista, no debieran eliminarse del currículo educativo, porque en esa hipótesis serían un extraordinario material para debatir con los alumnos a propósito del racismo y la discriminación. Pero se da el caso que, a guisa de ejemplo, “Raza de Bronce” es precisamente una de las obras que mejor expresa la literatura indigenista en América Latina y si bien expresa una visión ambigua y paradójica del mundo indígena desde la óptica de un criollo, el mensaje es inequívoco, es una reivindicación contra los abusos sin cuento que los terratenientes de principios del siglo XX ejercían sobre los indígenas en el sistema de hacendados, colonos y la mecánica del pongueaje. Hay que ser demasiado ciego para no verlo. El alegato final expresado por el anciano de la comunidad cuyo apellido –nada parece casual en los guiños de la historia-- es Choquehuanca, sería firmado, no tengo la menor duda, por el ministro de Relaciones Exteriores del actual gobierno, a pesar de su afirmación en torno a los libros que –creo-- en los días que corren no volvería a hacer.
No sólo es inadmisible la actitud dictatorial de la autoridad que dijo que comenzará la censura de nuestra literatura, sino muy evidente el absoluto desconocimiento de los libros que pretende censurar, que contradicen las razones que lo “justifican”. Con ese desconocimiento vergonzoso podría censurar también “Creación de la Pedagogía Nacional” de Tamayo, alguno de cuyos capítulos en torno a los indígenas es aún más duro que partes completas de “Pueblo Enfermo”, sobre todo en sus referencias a la supuesta carencia de capacidades intelectuales de los aymaras, destacando en cambio su fuerza física y su intenso vitalismo. En esa línea, la lista de la inquisición aymara podría fácilmente superar un centenar de títulos.
Es tiempo de que el ministro de Educación Roberto Aguilar se pronuncie de manera categórica sobre este asunto. No puedo creer que un hombre de formación académica, catedrático y ex Rector de la UMSA tolere estos desmanes que afrentan al ejercicio de la reflexión y la libertad intelectual en Bolivia.
Muchas barbaridades hemos visto y escuchados en estos años, pero esta es una de las más graves y peligrosas de todas. El juez inquisitorial se cierne sobre todos nosotros. Mucho apreciaría conocer el punto de vista de los intelectuales próximos al MAS o masistas sobre el comienzo de la noche de los libros quemados que sigue el ejemplo de la hoguera alimentada por ideas y reflexiones libres, con la que el nazismo reveló su verdadera naturaleza.
Mientras tanto, espero la traducción al aymara del término “Nihil Obstat”.
El autor es ex Presidente de la República (Autor: Carlos Mesa. Medio: Los Tiempos de CB, Bolivia)
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