LA COCA NO ES
COCAINA… SINO TODO LO CONTRARIO
Dejando a un lado vergüenza ajena, pienso, como muchos,
que la proposición en el discurso del Sr. Presidente Evo Morales Ayma , en Viena el pasado día 12,
-manifestaciones
públicas previas aparte-, debería haber
sido abordada con la seriedad y
equilibrio que corresponde a una auténtica Política de Estado, que por
su trascendencia precisaba definirse tiempo atrás con ponderación y verdadero
rigor científico y la intervención del mayor número posible de ciudadanos e
instituciones y no sólo por los comprometidos con la producción y
comercialización de coca y los adictos a
su consumo.
Creo asimismo
que lejos de la crítica simple, hoy atañe una reflexión meditada acerca de
aspectos nacionales que permitieron la llegada del gobierno cocalero cuyos permanentes
desaciertos y dislates –como el que nos preocupa- seguimos lamentando.
Desde la
fundación de la República, generación tras generación, en algunos períodos más
que en otros, los bolivianos hemos soslayado casi permanentemente el estudio
idóneo y tratamiento adecuado de los temas
significativos para la supervivencia de la Nación, dejando que estos
tomen giros imprevistos, marcados más por el rédito de grupos económicos o por
tendencias políticas que en cualquiera de los casos, nunca fueron compatibles
con el interés nacional.
Uno de estos
importantes asuntos eludidos de nuestra atención y reflexión resultó el cultivo
y uso, legal o ilícito, de la coca (Eritroxylon Coca) que desde 1825 venimos
consintiendo, en unos gobiernos más que en otros, sin tomar en cuenta sus
pavorosas consecuencias en los renglones fisiológico humano, social y cultural,
ya que en el económico parece haber satisfecho la expectativa de los
implicados. Y de esta manera, durante la República y aún más en el “Estado
Plurinacional”, los bolivianos nos hemos adscrito con entusiasmo gregario a las
fantasías convertidas en las frases solemnes “hoja milenaria”, “hoja divina” o
“la coca no es cocaína”. Falsas verdades que acogimos sin tener certidumbre
sobre la época que empezó el consumo cocalero, que pudo datarse en el tiempo de
fundación del Imperio Incaico o en el precedente Kollao, ni la definición
respecto a la divinidad religiosa a la que podría asignarse el título o la
evidencia de un estudio científico que avale la afirmación.
En ningún
momento asumimos el desafío de investigar seriamente, si acaso la causa para la
derrota de un imperio de 14.000.000 de habitantes frente a 130 aventureros
españoles haya sido consecuencia de estados de degradación física o
insanía resultantes de la ingestión de
hojas de coca por las élites del incario o por la mayoría de la población, pues
no podemos precisar con propiedad si en la primera etapa del Incario fue de
empleo exclusivo de la aristocracia
dominante en ceremonias religiosas y oficiales o si, -como es probable-, su
utilización se hubiera extendido en los últimos períodos a las clases
dominadas. No lo sabemos con exactitud, pues sólo contamos con referencias de
verdades a medias de los cronistas de la Colonia, cuya información les vino de
terceros y en tiempo posterior. No podemos tampoco confiar en la “comunicación
de boca a oídos de padres a hijos” que desapareció hace siglos de la
idiosincrasia altiplánica, probablemente anulada por daños fisiológicos como la
falta de memoria, cerebración lenta, disminución de la agudeza de los sentidos
y muchos otros estimulados por la adicción al cocaísmo.
Tampoco nos
preocupó mucho que la coca fuera en la Colonia instrumento de sometimiento y
utilización de nativos convertidos en mitayos, ni que los explotadores mineros
españoles –pese a algunas medidas de protección de la Corona- obtuvieran
incalculables beneficios con trabajadores de vida corta y fácil reemplazo que
comían poco o nada y rendían más que nadie, gracias a los poderes estimulantes,
analgésicos, antisialogogos y antipruríticos
de las moléculas que proporciona la “hoja sagrada”.
Nos
acostumbramos a convivir con tantos obreros, mineros y campesinos adictos al
“acullico”, mirando con desinterés los signos de dilatación de pupilas en ojos
redondos enrojecidos (Midriasis) o pieles secas por disminución del sudor
(Anhidrosis) como indicios de la supervivencia del hombre en medio telúrico
adverso o características fisiológicas de la “raza de bronce” cuando en
realidad constituían consecuencias irreversibles del consumo adictivo de la
“hoja bendita”.
Tampoco
pudimos advertir que estos males eran menores en comparación al daño mayor
consistente en el bloqueo del mecanismo “estímulo respuesta” del cerebro
humano, desencadenando la muerte de neuronas y la pérdida irreparable de la
inteligencia.
Desde luego es
cierto que intereses económicos ligados a la producción y comercialización de
coca influyeron poderosamente en este estado de indeterminación nacional,
mediante el proceder de algunos gobiernos de variopinta filiación política.
Así en 1948 el
régimen oligárquico de la época, en abierta concomitancia con la Sociedad de
Propietarios de Yungas generó una adulterada glorificación de la planta de coca
con curiosos argumentos enunciados como “el vigor tradicional de la raza aymara
no obstante su alimentación frugal base
de hojas de coca” o “la coca no constituye vicio” y otras lindezas elaboradas
en un informe pseudo científico de un desconocido laboratorio norteamericano.
Con este
informe ampliamente difundido, el Presidente Enrique Hertzog, -médico de
profesión-, en actitud similar a la del Presidente Evo Morales, solicitó al
Congreso de Estupefacientes de NN.UU. que la hoja de coca sea excluida de la
lista de estupefacientes (opio, morfina, cocaína, dicetilmorfina, egonina,
betel, cáñamo índico, etc.) en tiempo que en Bolivia existían 2.500.000 adictos
al acullico. Las NN.UU., en 1950,
respondieron negativamente al requerimiento en base al “Informe de la Comisión
de Estudio de las hojas de coca” elaborado en 175 páginas por un equipo de
calificados científicos. Valioso documento que, como es obvio, nunca fue
difundido entre la población boliviana que quedó ignorando absolutamente las
implicaciones de la actividad cocalera.
La Social
Democracia criolla en 1991-92, acaso bajo impulso de requerimientos
electoralistas, tuvo también su parte extendiendo internacionalmente el elogio
de la hoja de coca con la difusión
creída por muchos “coca no es cocaína”, que el Presidente Jaime Paz
Zamora impulsó desoyendo la opinión autorizada de personalidades que en nivel
intelectual eran opuestas a esta anfibología. Corresponden al año 1992, por ejemplo, las
notables publicaciones del Ing. Mario Figueroa Buitrago, destacado profesional
potosino, que me ha recreado releer recientemente, quien usando argumentación
médica, química, histórica y sociológica, impugnó la posición gubernamental
mostrando que el proceso industrial de elaboración de clorhidrato de cocaína es
similar al proceso químico desarrollado en el cuerpo humano, mediante el
acullico o cocaísmo. En una casi imposible síntesis de las enseñanzas de Mario
Figueroa, puede señalarse que ambos procesos –el industrial y el humano- se
surten de hoja de coca secada y triturada, porque ésta es la parte de la planta
donde se concentra el alcaloide.
En el
procedimiento industrial, seguidamente
se alcanza la maceración de las hojas trituradas en agua pura con el aditamento
de un alcalí suave como el carbonato de sodio. Esta fase resulta muy importante
porque el alcaloide combinado con carbonato de socio pasa a un estado de
solución que permite su filtrado posterior, desechándose el bagazo o pulpa
probablemente con contenidos vitamínicos y proteicos.
En el
procesamiento humano el masticador o “pijcheador” efectúa igual operación,
desmenuza con los dientes y movimientos musculares las hojas de coca y consigue
su maceración con la saliva y el añadido de pequeños trozos de “llijta” que
proporciona el carbonato de sodio necesario, filtrando luego la solución
amarillo-verdosa en su camino al estómago y desprendiéndose del bagazo o
“jachu” no siempre de manera circunspecta.
La química
industrial recurrió en la etapa final a diversos solventes orgánicos y
reactivos para que el producto pueda ser absorbido por el cuerpo humano
llegando a acudir al ácido sulfúrico para obtener sulfato de cocaína que
resultó altamente tóxico y peligroso,
por lo que el reactivo fue sustituido posteriormente por el ácido clorhídrico
obteniendo al final, tras purificaciones y secado sucesivos, un polvo fino
de cristales de clorhidrato de cocaína,
que es el producto acabado para dañar en forma irreparable el cerebro de los
drogadictos.
En el procesamiento
humano, el líquido verdoso saturado de alcaloide, una vez en el estómago
combina con el jugo gástrico que, como es sabido, suministra ácido clorhídrico
en solución acuosa junto a enzimas, jugos pancreáticos y hepáticos. El líquido
alcalino procedente de la boca, convertido en ácido, permite la unión de la
parte de cocaína con el ácido del estómago formando igualmente clorhidrato de
cocaína. En este estado pasa al intestino delgado donde las vellosidades
intestinales y demás mecanismos fisiológicos lo absorben incorporándolo al
torrente sanguíneo con destino final, la destrucción del cerebro, aunque en un
plazo más extenso.
Como se ve
existe similitud entre la fabricación “industrial” y la elaboración humana a
través del cocaísmo (acullico) en cuanto a la obtención del producto terminado
que es, en ambos casos, el clorhidrato de cocaína que, no está demás repetirlo,
es el narcótico que aparte de alterar el mecanismo sináptico, destruye o
bloquea diversos órganos humanos y sobre todo mata neuronas cerebrales,
afectando gravemente la mente y dejando
muchos individuos en estado vegetativo.
Tal vez la
diferencia única entre los dos procesos radique sólo en los volúmenes de
producción, correspondiendo al “industrial” la obtención de miles de toneladas
de estupefaciente con efectos tóxicos irremediables e incalculables en ámbito y
cantidad, mientras que en el “humano” el volumen es comparativamente menor, por
lo que sus consecuencias, aunque iguales se manifiestan a un plazo mayor.
De lo dicho se
puede colegir que en el país, la cocainomanía es la adicción de aquellos que
pueden pagar el producto industrial, en
tanto el cocaísmo (acullico) lo es de quienes4 como mineros y campesinos, no tienen mayores recursos económicos.
En el presente
siglo un GRUPO DE PRESION (La Federación de Cocaleros del Chapare) asumió de
modo inédito y directo el gobierno del país e implantó, tanto en la producción
como en la exaltación de la planta de coca un verdadero auge. A tal punto llegó
el esplendor de la “Eritroxylon coca” en este último período, que el Gobierno,
entre las relevantes medidas de protección que ejecuta, viene planificando la
ingestión de la “hoja sagrada” por nuestros niños y jóvenes en el “desayuno
escolar” dadas sus “potencialidades vitamínicas y proteicas”, probablemente
ignorando su componente alcaloideo.
Y así estamos
los bolivianos en este siglo. Por un lado una actitud permisiva e indiferente
frente al envenenamiento cada vez masivo de la población, lo que implica además
nuestro desprestigio internacional, y por otro, la actividad interesada del gobierno cocalero plenamente convencido más
que de las “bondades alimenticias” de
los beneficios económicos de la planta de coca y por tanto inmerso en
incrementar las áreas de cultivo y su comercialización. El gobierno de Evo
Morales que por haberse declarado en el ámbito internacional impulsor del
acullico y no del proceso industrial en la elaboración de clorhidrato de
cocaína, se encuentra en dificultad para justificar el mastodóntico crecimiento
del cultivo de la planta de coca, que este año superó las 32.000 Has. cuando es
de conocimiento general que el cocaísmo (masticado) también denominado “uso
tradicional” regularmente fue atendido, -aún en periodos de mayor
requerimiento- con el cultivo de 8.000 Has.
Queda por
aclarar -al margen- la evidente dicotomía entre estas dos corrientes políticas.
Los revolucionarios de 1952 impugnaron el “masticado de coca” por considerar
que constituía un instrumento de explotación de obreros, mineros y campesinos,
en tanto que los revolucionarios socialistas del siglo XXI (MAS) lo propugnan y elogian e incrementan la
producción y comercialización de la hoja de coca, suponiendo beneficios para las mismas clases sociales. ¿Cómo debe
resolverse este dualismo?
No obstante
este estado de cosas, es probable que si el gobierno decidiera hacer consulta
popular acerca de su política y proyección cocalera –aún sin utilizar sus
métodos y mecanismos electorales poco ortodoxos- obtendría todavía un grande apoyo.
Pero ¿hasta
qué punto es ético instaurar política nacional basada en la adicción masiva de
pobladores?. ¿No es de obligación de todo gobierno serio y responsable sostener
el bienestar y cuidar la salud de la población así ésta manifieste inclinación y voluntad
contrarias? ¿No es acaso un deber evitar
hábitos malsanos entre los habitantes?
Y estas
reflexiones salen a cuento en razón de que la prensa internacional ha
trascendido la presencia del mismísimo Presidente Evo Morales en la reunión de
la Comisión de Estupefacientes de la ONU, realizada en Viena el 12 de marzo
pasado, para “defender las masticación de la hoja de coca” frente a la prohibición establecida
en la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961, cual si la tarea de
continuar intoxicando y destruyendo neuronas cerebrales en la población
boliviana constituyera un objetivo de alta prioridad dentro de los
emprendimientos del Estado Plurinacional.
Walter H.
Zuleta Roncal
Barcelona,
marzo del 2012