JOSÉ PASTÉN BURGOA
También podemos denominarlos mitómanos, que son personas que de tanto mentir tienen confusión de los planos real y ficticio. Y es que los mitómanos mienten para construir una mejor imagen de sí mismos frente a la sociedad, sus amigos o para conseguir lo que desean sin importar cuál sea el objetivo. Esta breve introducción nos sirve para saltar del trampolín y caer en aguas políticas. El amable lector dirá si dichas aguas son cristalinas o turbias y tóxicas al extremo.
También podemos denominarlos mitómanos, que son personas que de tanto mentir tienen confusión de los planos real y ficticio. Y es que los mitómanos mienten para construir una mejor imagen de sí mismos frente a la sociedad, sus amigos o para conseguir lo que desean sin importar cuál sea el objetivo. Esta breve introducción nos sirve para saltar del trampolín y caer en aguas políticas. El amable lector dirá si dichas aguas son cristalinas o turbias y tóxicas al extremo.
Tenemos mentirosos por doquier. Unos criollos “marqueteadores” (los que hacen marketing) que se desgañitan con explicaciones ambiguas pretendiendo vender el sol por la noche. Otros que defienden lo indefendible, justifican lo injustificable “ninguneando” (quiere decir subestimando o menospreciando) a la población que ya no cree en la cigüeña porque ésta, está en extinción y los bebes son traídos al mundo incluso “sin querer”.
Aquí concurren moros y cristianos, Gobierno y oposición, una pelea entre mastines y corderos. Ambos con argumentos cuestionados producto de sus “15 minutos de fama” o de la amargura de ser oposición pisoteada y aplastada. Posiblemente con la única finalidad de justificar su “dieta parlamentaria”, las expresiones van y vienen, poco creíbles, mal hilvanadas bajo la psicosis permanente de que alguien trata de desestabilizar al Gobierno o eliminar a la oposición.
El mitómano o mentiroso compulsivo recurre a esta conducta continuamente sin pensar en las consecuencias, con tal de maquillar la realidad que considera inaceptable. Sabe que miente, pero por repetición, eventualmente termina creyendo sus propias mentiras y es entonces cuando la línea entre la realidad y la fantasía se torna borrosa.
Estos personajes viven en un mundo irreal y utilizan la mentira para conseguir lo que quieren, mienten para construir una mejor imagen de sí mismos y de sus correligionarios frente a la sociedad y la mentira se convierte en algo cotidiano que no puede evitar.
El político mentiroso compulsivo es una persona convincente, manipuladora y su discurso suele ser verosímil, tiene talento histriónico y sabe actuar, no acepta fácilmente su problema, algunos tartamudean, cambian de tema constantemente y dicen diferentes versiones del mismo tema en diferentes ocasiones y a diferentes personas, pero siguen… siguen… siguen mintiendo.
En su discurso se mezclan indistintamente retazos de verdad con fantasías, aunque son más o menos creíbles: suelen mentir sobre su vida, su trabajo, su salud, historial médico, edad, hazañas de su juventud, grandes logros en el ámbito social, luchas reivindicatorias, renuncias, agresiones, torturas y un sinnúmero de cosas que en realidad no deberían ser maquilladas para ser contadas.
Cuando usted contemple por televisión o escuche por radio a un político de estas características analice si es un mitómano o mentiroso compulsivo y, ojo, cuidado que le esté vendiendo un barco a Venus con escala en Tangamandapio. Y si usted es político en ejercicio o en servicio pasivo por obligación, tenga un mínimo de autocrítica. ¡Deje de mentir!
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