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martes, 19 de febrero de 2013

el portal www.eju.tv reproduce un artículo de La Nación sobre "la eternidad de los cargos públicos" refiriéndose concretamente a Chávez, Correa y Evo que pretenden mantenerse en el poder en forma indefinida


No han pasado ni siquiera dos meses desde el comienzo de 2013 y ya dos monarcas vitalicios informaron que pronto renunciarán.
Primero fue la reina Beatriz, de Holanda, el 28 de enero, que anunció que entregará el trono a su hijo Guillermo, el 30 de abril, y luego, el lunes último, quien sorprendió al mundo con su inesperada renuncia, fue nada menos que el papa Benedicto XVI, que la hará efectiva dentro de once días.
Que cargos a perpetuidad, como son la monarquía y el papado, puedan sacarse de encima ese pesado mandato y abrir una ventana para que ingrese el aire fresco que significa un recambio generacional, es un síntoma de vitalidad, esperanza y humildad.
Dicha corriente va a contramano de lo que, desde hace unos años, sucede en algunas democracias electivas, donde sus líderes se aferran al poder, acomodando sus constituciones al capricho de seguir hasta el fin.
En la reina Beatriz nada llama la atención. Hasta se diría que es una sana costumbre familiar: su abuela Guillermina abdicó a favor de su madre, Juliana, en 1948. En tanto que ésta, a su vez, traspasó el cetro a la suegra de Máxima Zorreguieta, en 1980. En la Cátedra de San Pedro renunciar es bastante menos usual. Para encontrar un ejemplo similar hay que remontarse a Celestino V, en 1294.
Los diarios, la televisión y las redes sociales se llenaron de notas, recopilaciones y comentarios de los más variados calibres en ambos casos. Y seguirán así por varias semanas más. Coronaciones y cónclaves fascinan a los públicos de los cinco continentes por sus curiosas y atractivas particularidades protocolares y desatan una cantidad de especulaciones alentadas por las inevitables internas palaciegas.
Nadie es imprescindible y todos somos reemplazables. El líder mesiánico, en cambio, sólo trabaja para sí mismo y no piensa en el después. Obsérvese el caso de Venezuela. Tras dos meses de escasas y confusas informaciones sobre la salud de Hugo Chávez -sin haber traspasado el mando nunca, al menos temporalmente- se conocieron anteayer tres dudosas fotos donde se lo ve convaleciente, junto a sus dos hijas. Chávez es presidente desde hace 14 años y, si la vida le alcanza, estará en el poder hasta 2019. Después de una presencia mediática tan dominante hasta diciembre último, tras su última operación pareció desmaterializarse. Venezuela pasó sin solución de continuidad de la sobreactuación chavista a estar gobernada por un fantasma.
Hoy, en Ecuador, Rafael Correa será reelegido para ejercer un tercer mandato presidencial. Evo Morales, en Bolivia, atraviesa su segunda presidencia y en la Argentina, el kirchnerismo cumplirá diez años en el poder el próximo 25 de mayo. La Presidenta hasta fantasea risueñamente con ser “papisa”.
Cuando la política es tan personalista, los “modelos” que estos líderes napoleónicos encarnan se agotan en ellos mismos.
Hay un descuido premeditado en la formación de nuevos cuadros listos para asumir la máxima responsabilidad. Los que expresan cierta vocación en hacerlo son catalogados de traidores, castigados o raleados.
En los Estados Unidos, Barack Obama acaba de asumir lo que sabe con cabal certeza que será su segunda y última presidencia. Esto le permitirá encarar reformas aún incómodas sin la tentación demagógica de postergarlas especulando con una inexistente “re-re”. Y por otro lado, en su partido, tanto como en el Republicano y en otras fuerzas, esa perspectiva tonifica a la dirigencia para prepararse y aspirar con mayor determinación a sucederlo en la Casa Blanca en 2017.
Las decisiones de la reina Beatriz y del papa Benedicto XVI de declinar sus altas investiduras, por las razones que sean, abren expectativas y señalan a sus pares y sucesores un posible camino por seguir.
Así, los vitalicios que renuncian a serlo se asomarían a un futuro inesperado que la muerte no les permitía ver: poder echarle un vistazo a lo que sigue, con la satisfacción de la tarea cumplida.
Si la debilidad humana de los gobernantes por aferrarse al poder no se constatara con tanta vehemencia, la reina Isabel, de Inglaterra, que lleva 60 años en el trono, hace rato le hubiese cedido el cetro a su hijo, el príncipe Carlos, quien ya ingresa en la ancianidad sin haber logrado ejercer nunca el cargo para el que se preparó toda la vida.
La España actual, tan sacudida por las malas noticias económicas, quizá se vería más inspirada para recuperar la buena senda si el achacado rey Juan Carlos, tras 38 años de reinado, le pasase el trono a su hijo Felipe, que ya tiene 45 años, 8 años más de los que tenía su padre cuando asumió, tras la muerte del dictador Francisco Franco, en 1975.
Dice el dicho que “una golondrina no hace verano”. Y, parafraseándolo, tampoco dos. Beatriz y Benedicto, en todo caso, son las excepciones que confirman la regla. Los vitalicios desean morir en funciones y esto incluye, en primer lugar, a los dictadores. La dinastía Castro ya lleva 54 años en el poder. Según un estudio de Poder Ciudadano, la tendencia a eternizarse también es una lacra provincial: 8 de los 24 distritos no rotaron de partido en el poder desde 1983.
Los personalismos eternos ahogan las instituciones y atrasan el futuro.

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