El último jacobino es una figura literaria para mostrar una comedia política. Hay quien se inviste del ropaje de los jacobinos, que era el ala de izquierda de la Asamblea Legislativa francesa de 1791, para emular sus acciones, vinculadas a la democracia que patrocinaban, que era de alguna manera parecida al paradigma de democracia concebido por Jean Jacques Rousseau.
Es difícil traer este concepto al presente de la revolución boliviana, al llamado proceso descolonizador, a no ser que se confunda al proceso que conduce a la fundación del Estado plurinacional comunitario y autonómico con la Revolución Francesa.
Esta extemporaneidad, esta descontextualización de la Revolución Francesa y traslado metafórico a Bolivia de principios del siglo XXI denota una desubicación total y una pretensión de adquirir los mismos significados, ribetes y simbolismo, cuando de lo que se trata es entender los significados del proceso boliviano, íntimamente vinculados a la descolonización, a la democracia participativa, al ejercicio directo, representativo y comunitario de la democracia, cuando de lo que se trata es de la muerte del Estado-nación.
Este anacronismo figurativo que sólo puede adquirir existencia en la cabeza del último jacobino boliviano, no es otra cosa que una pose colonial. Pero, esto no sería tan grave si no tuviera consecuencias prácticas. El último jacobino boliviano está enamorado de la etapa más dramática de la Revolución Francesa, el periodo del Terror. En 1793, el llamado Comité de Salvación Pública cayó bajo el mando de Maximiliano Robespierre. Es el momento cuando se desata lo que se denominó el Reinado del Terror (1793–1794), en el que murieron por lo menos 10.000 personas guillotinadas ante acusaciones de actividades contrarrevolucionarias.
El último jacobino boliviano se inviste de Robespierre, pero del Robespierre de la época del terror. Acusa de derechistas a quienes se oponen a sus proyectos delirantes de industrialización, a sus formas cupulares de tomar decisiones, al procedimiento grupal de redactar leyes y decretos, sin consulta popular, mandando a obedecer a asambleístas que tienen la obligación de levantar las manos y aprobar. La lista de derechistas tiene ya una gama grande de componentes, dejando de lado a la derecha recalcitrante de las oligarquías regionales, derrotada en Porvenir-Pando, ingresan a esta categoría dirigentes indígenas del Cidob, dirigentes campesinos de Caranavi, dirigentes cívicos de Potosí, dirigentes indígenas del Conamaq, dirigentes sindicales que se atreven a disentir y criticar, intelectuales e investigadores críticos.
La lista sigue, pero no se trata de describirla exhaustivamente, sino de interpretar el mapa paranoico del último jacobino boliviano, el mapa de los supuestos enemigos del proceso de cambio. Estas acusaciones delirantes sólo se pueden explicar por una paranoia del poder, pero también por la distancia enorme que separa al contenido, a las tendencias inherentes del proceso, vinculadas al horizonte descolonizador y del Estado plurinacional comunitario y autonómico, del proyecto político del último jacobino boliviano. Se trata de un proyecto político que apunta veladamente al capitalismo de Estado, a la restauración nacionalista del Estado-nación, a una anacrónica revolución industrial, a un Estado fuerte reducido a la dictadura de un pequeño grupo de clarividentes, abogados y especialistas. Nada del sistema de Gobierno establecido por la Constitución, que es el de la democracia participativa.
El último jacobino boliviano se enoja cuando se critica el estancamiento del proceso de nacionalización, cuando se dice que lo que ha destapado el gasolinazo, lo que se ha revelado es que no hay nacionalización. El reciente argumento que saca de la manga es la furibunda calificación de mentira. No hay discusión de ninguna clase, no se toma en serio el debate, ni se abre la posibilidad de una evaluación del proceso de nacionalización. Se dice que hay que acudir a fuentes de información pero precisamente es el último jacobino el que da cifras e indicadores fuera de toda fuente.
¿Por qué se insiste que hay control técnico de YPFB del proceso productivo y de la cadena económica de los hidrocarburos, cuando esto no ocurre para nada, cuando esta entidad estatal no opera, sólo administra? ¿Por qué se oculta que no se han cumplido los 44 contratos de operaciones por parte de las empresas transnacionales firmantes, no han invertido en exploración y en explotación, menos en industrialización, tal como establecen los contratos? Como dice María Lohman, estas empresas sólo invierten en la producción (saqueo) del gas, para cubrir los cupos comprometidos con Brasil y Argentina, a precios que les otorgan amplios márgenes de ganancia, más atractivos que el reducido mercado interno de producción de gasolina y diésel.
¿Por qué se ocultan las súper-ganancias que se llevan las empresas mineras, como la de San Cristóbal, que oscilan en un monto de alrededor de los 1.000 millones de dólares, dejando pírricos aportes al Estado boliviano? ¿Por qué se esconde los fracasos del modelo extractivista?, los fracasos de la empresa Jindal que va a explotar el hierro del Mutún, subsidiaria de una transnacional inglesa; la Jindal es conocida por escamotear y especular en el sistema mundial de las finanzas. Nada es transparente. Pero, esto es lo que menos le importa al último jacobino boliviano, pues está investido por el fantasma de Robespierre. El último jacobino está enamorado de sí mismo y del poder, lo que no le deja ver el bosque, quizás esto sea lo más peligroso para el proceso, pues nos conduce a la construcción del fracaso.
Raúl Prada Alcoreza fue asambleísta del MAS y ex viceministro de Planificación del Gobierno de Evo Morales.
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